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Maestro de la Pasión Lyversberg (actividad en Colonia entre 1460 y 1490), La coronación de María, alrededor de 1464, 101,6 cm x 133 cm, óleo sobre madera de roble recubierta de lienzo, Múnich, Alte Pinakothek
La representación de la coronación de María como Reina del Cielo y de la Tierra es verdaderamente solemne. Lo primero que notamos es que la tierra -nuestro mundo- en esta tabla prácticamente ha desaparecido. Tenemos una pequeña referencia a ella en los dos bordes del césped a la derecha y a la izquierda, abajo, sobre los cuales están arrodillados Johann y Margarete Rinck, la pareja que ofreció la pintura para la iglesia de Santa Colomba en Colonia. Hoy en día en el museo de Múnich, además de esta tabla que fue sin duda la parte central y principal, hay otras dos pequeñas tablas que representan a Santiago el Mayor y San Antonio el Ermitaño que formaban parte del mismo políptico, que sin duda tuvo que incluir otras partes ahora perdidas.
La mirada del espectador, por lo tanto, se fija inmediatamente en el oro del cielo, lo que nos dice que estamos entrando en un espacio divino. En el centro hay un gran trono, sostenido y rodeado de ángeles, que es el eje del cuadro. Las tres personas de la Trinidad están sentadas en el trono: el Padre y el Hijo sostienen la corona, mientras que el Espíritu Santo derrama su luz. Todos convergen en María, la joven que, de rodillas y en actitud de oración, encontró la gracia de Dios (cf. Lc 1,30) y aceptó ser la Madre del Señor. Aunque es una escena que de alguna manera es chocante (la Divinidad corona a una mujer, el Creador da gloria y honor a una criatura), todo está regido por la serenidad y el equilibrio. Tenemos la percepción de que todos los ángeles, que están a la derecha y a la izquierda del trono, están tocando una música suave y tranquila con sus diferentes instrumentos (trompetas, flautas, liras, violines…).
También algunos detalles aumentan la sensación de belleza: el globo que el Hijo tiene en la mano y dentro del cual vemos un paisaje digno de una miniatura; los ángeles bajo el trono que no podemos entender si lo están levantando o si se aferran a él para subir con la Trinidad; la elegancia compuesta de los dos donantes; la riqueza del tejido y el bordado de la capa que lleva el Padre. En definitiva, todo contribuye a dar a la escena representada la importancia que tiene el evento.
Nosotros también, mirando a María, primicia y cumbre de la humanidad redimida, le repetimos el saludo del Ángel: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” y el de la prima Isabel: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno!” (Lc 1, 28; 42).