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Guidoccio Cozzarelli (Siena 1450 – 1517), Santa Catalina intercambia su corazón con Cristo, hacia 1500, Siena, Pinacoteca nazionale
Catalina nació en Siena el 25 de marzo de 1347. Su confesor, Raimondo da Capua - que también se convirtió en ministro general de los dominicos - dejó testimonio escrito de la precoz vocación de la grande santa. En 1363, con solo 16 años de edad, se convirtió en una terciaria dominicana. Analfabeta, aprendió a leer y también a escribir para poder consultar directamente las Sagradas Escrituras. Obtuvo dones y gracias especiales de Jesús, que la convirtieron en una de las místicas más importantes de la historia de la Iglesia.
Su vida fue corta - murió en Roma el 29 de abril de 1380, con solo 33 años, la edad de Cristo -, pero escaló las cumbres de la perfección rápidamente. Su ansiedad por parecerse cada vez más a Jesús la llevó a una intensa actividad caritativa en beneficio de los pobres, los enfermos y los encarcelados. Mientras tanto sufría indeciblemente por el mundo, que estaba a merced de la desintegración y el pecado. Una verdadera espina clavada para ella era ver al Papa, que llamaba "el dulce Cristo en la tierra", ya no en Roma, sino en Aviñón. No dudó en partir hacia la ciudad francesa, donde llegó el 18 de junio de 1376 para encontrarse con el Papa Gregorio XI, quien, persuadido por la intrépida Catalina, regresó a la ciudad de San Pedro el 17 de enero de 1377.
Dejemos la palabra a la misma Catalina: “Queridísima hermana en Jesús. Yo, Catalina, sierva de los siervos de Jesús, te escribo en su sangre preciosa, deseosa de que te alimentes y te nutras del amor de Dios como del seno de una dulce madre... Debes, entonces, transformarte en amor, mirando al amor de Dios, que tanto te ha amado, no porque tuviera ninguna obligación para contigo, sino por pura donación, empujado sólo por su inefable amor. ¡No tendrás otro deseo que el de seguir a Jesús! Como embriagada por el Amor, no te darás ya cuenta de si te encuentras sola o en compañía: ¡No te preocupes por nada, sólo de encontrar a Jesús y caminar tras él! ¡Corre,Bartolomea, y no te duermas nunca más, porque el tiempo corre y no espera ni un momento!” (de la carta n. 165 a bartolomea, esposa de Salviato da Lucca).
Y es precisamente la ansiedad que inspiró a Catalina a seguir a Jesús por todo el mundo la que encontramos representada en el hermoso cuadro de Guidoccio Cozzarelli, pintor del siglo XVI y paisano de la grande santa. Vemos a Catalina arrodillada frente a un altar, enfocada en la aparición de Jesús. Tiene un corazón en la mano: ¿lo está ofreciendo o lo ha recibido? De hecho, la pintura presenta un episodio narrado por Raimondo da Capua. A él, que también era su biógrafo, Catalina le confió haber tenido una visión en la que Jesús se le apareció con un corazón humano de color rojo brillante en la mano, le abrió el pecho, lo introdujo y le dijo: "Querida hija mía, como el otro día tomé tu corazón que me ofreciste, así que ahora te doy el mío, y a partir de ahora estará en el lugar que ocupaba tu corazón".
Recemos la oración de la liturgia:
Señor Dios nuestro, que diste a santa Catalina de Siena el don de entregarse con amor a la contemplación de la pasión de Cristo y al servicio de la Iglesia, haz que, por su intercesión, el pueblo cristiano viva siempre unido al misterio de Cristo, para que pueda rebosar de gozo cuando se manifieste su gloria.