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Gjergj Kola (Durrës, 1967), Santa Teresa de Calcuta, óleo sobre lienzo.
5 de septiembre, Memoria de Santa Teresa de Calcuta.
Es bonito presentar un cuadro de la gran santa realizado por un joven compatriota suyo. Cuando Agnes Gonxhe Bojaxhiu - este es el nombre de la que todos conocemos como Teresa de Calcuta - murió en la gran ciudad india, Gjerji Kola apenas tenía 30 años y se había mudado 6 años antes, por razones políticas, a la cercana Grecia.
Sabemos mucho de Santa Teresa de Calcuta, también porque es una santa de nuestros tiempos. Todavía la recordamos viva y algunos episodios de su vida están bien marcados en nuestra memoria. Quizás también hemos leído sus escritos o breves biografías publicadas después de su muerte o especialmente cuando fue beatificada y luego canonizada.
Nacida el 26 de agosto de 1910 en Macedonia, en el seno de una rica familia albanesa, se unió a las hermanas misioneras de Nuestra Señora de Loreto a la edad de 18 años. En 1929, ya estaba en la India. Durante unos 20 años enseñó en un prestigioso internado femenino hasta que, el 10 de septiembre de 1946, mientras iba en tren a un curso de ejercicios espirituales, oyó con fuerza la voz del Señor que la invitaba a servirle entre los últimos. Dejó su congregación para fundar una nueva, las Misioneras de la Caridad, que recibió el reconocimiento diocesano el 7 de octubre de 1950.
A partir de ese día, su sari blanco (el color del duelo en la India) bordeado de azul (el color de la Virgen María) comenzó a caminar por las calles de los barrios pobres de Calcuta en busca de los más pobres, los olvidados, los moribundos y todos aquellos a los que nadie había buscado y amado jamás. Desde entonces estos sari blanco-azules se han multiplicado y han comenzado a recorrer las calles más pobres de Río de Janeiro, Ciudad de México, Roma, Manila, Addis Abeba, Boroko, San Luis…
El cuadro del maestro Kola parece mostrar cómo la vida y la obra de Madre Teresa nacieron y se desarrollaron desde los últimos, desde los pobres, desde ese color borroso que rodea a la santa y en el que los contornos de las personas presentes son difíciles de distinguir. Incluso el sari de Madre Teresa parece menos blanco, casi como si estuviera contaminado por la extrema pobreza de la multitud que la rodea, que parece seguirla. Esta representación me recuerda que, en el crucifijo de la Casa Madre de Calcuta, donde Santa Teresa descansa desde el día de su muerte, pero también en cada capilla de la comunidad de hermanas extendidas por todo el mundo, pone: "I thirst" (Tengo sed). Esta frase, el doloroso grito de Jesús en la cruz que resonó en su corazón la noche fatídica de la "segunda llamada" del 10 de septiembre de 1946, es la clave de su espiritualidad.