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Escuela de Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos 1598 – Madrid 1664), Santa Eulalia, 1640-50, 173 cm x 103 cm, óleo sobre lienzo, Sevilla, Museo de Bellas Artes
10 de diciembre, Memoria de Santa Eulalia
Empecemos leyendo algunos de los versos que un poeta moderno, Federico García Lorca, ha dedicado a la santa más famosa de España, la mártir Eulalia. Proceden de uno de los 18 romances que constituyen su colección poética más importante, Romancero gitano, publicada en 1928.
[…] Al gemir, la santa niña
quiebra el cristal de las copas.
La rueda afila cuchillos
y garfios de aguda comba.
Brama el toro de los yunques,
y Mérida se corona
de nardos casi despiertos
y tallos de zarzamora. […]
Una Custodia reluce
sobre los cielos quemados
entre gargantas de arroyo
y ruiseñores en ramos.
¡Saltan vidrios de colores!
Olalla blanca en lo blanco.
Ángeles y serafines
dicen: Santo, Santo, Santo.
Fue necesario un español, y un poeta como García Lorca, para hablar con cariño conmovedor de la santa más conmovedora de España, la tierna flor de Mérida: una flor blanca teñida de rojo; el blanco de la inocencia y el rojo de la sangre.
Eulalia, la "santa niña", era de una noble familia cristiana. Vivió entre los siglos III y IV y, para escapar de la persecución contra los cristianos que estalló en todo el imperio en la época de Diocleciano, fue escondida por sus familiares en una casa de campo, lejos de la ciudad y de los peligros de la persecución.
Pero la joven cristiana no aceptó esa seguridad miedosa. Huyó, atravesó el campo congelado y descalza, con los pies destrozados por la escarcha, llegó a la ciudad y se presentó ante el tribunal. En presencia del gobernador Daciano profesó su fe cristiana y esto le costó un juicio inmediato y su posterior condena.
La adolescente española fue sometida a una serie de crueles torturas, hasta 13 (una por cada uno de sus años), según la tradición. Su cuerpo, inmaduro por los años y golpeado por el frío, fue desgarrado con hierros y ganchos. Su pecho y sus caderas fueron mutilados y atormentados, sus extremidades amputadas. Sobre su piel blanca corrieron chorros de sangre. El martirio de Santa Eulalia ocurrió en Mérida, España, durante la persecución de Diocleciano, en el invierno del 304.
No es de extrañar que la historia de su martirio haya tenido una enorme difusión por toda España y más allá (el propio San Agustín le dedicó una homilía, y la santa está representada en la teoría de las Santas Vírgenes en la nave de Sant'Apollinare Nuovo en Ravenna) y que haya inspirado a generaciones de poetas, desde los más antiguos hasta los contemporáneos.
Si nos fijamos en la hermosa pintura de la escuela del gran pintor español del siglo XVII, no podemos dejar de notar la belleza y elegancia de la santa, que no está representada en el momento del martirio, sino en el esplendor de una vida que le ha sido devuelta. La vela encendida que lleva en la mano derecha parece aludir a la luz de la fe que ha conservado intacta en su persecución, pero también nos recuerda la luz encendida por las vírgenes prudentes de la parábola evangélica (cf. Mt 25, 1-13). El gran libro que sujeta en su mano izquierda puede ser ciertamente un Evangelio, pero también podría referirse a la cultura de la joven (el nombre de Eulalia deriva del griego y significa "la que habla bien"). Ni siquiera el hábito tiene que ver con la desnudez a la que fue sometida durante las torturas que se le infligieron; no hay rastro de violencia en su rostro, porque el pintor quiso presentarnos a la joven Eulalia ya en su dimensión de santidad, de una vida que ha sido transformada por su testimonio y que ha sido plenamente redimida por Cristo, a quien ha permanecido fiel hasta dar su vida por Él.