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Raffaello Sanzio (Urbino, 1483 - Roma, 1520), San Miguel y el Dragón, 1505, óleo sobre madera, 30 x 26 cm, París, Museo del Louvre
29 de septiembre, fiesta de los SS. Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
La obra se menciona en 1587 en un soneto de Giovanni Paolo Lomazzo, pintor milanés y hombre de letras, que culpó a su conciudadano de haber vendido a Ascanio Sforza, conde de Piacenza, este pequeño retablo, junto con otro de igual tamaño, representa a San Jorge y al dragón. Desde Piacenza ambas obras pasaron a la colección del cardenal Mazzarino y finalmente a la colección real de Luis XIV, que hoy constituye la parte más importante y destacada del Museo del Louvre. El cuidado de cada detalle de este pequeño cuadro sugiere que debería haber sido destinado a una corte refinada como fue, por ejemplo, la de Guidobaldo de Montefeltro, duque de Urbino.
Leamos primero el pasaje del Apocalipsis en el que se narra la representación de Rafael: "Una guerra estalló en el cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. El dragón luchó junto con sus ángeles, pero no prevalecieron y no había más lugar para ellos en el cielo. El gran dragón, la serpiente antigua, a quien llamamos el diablo y Satanás, y que seduce a toda la tierra, fue sumergido en la tierra y con él sus ángeles también fueron sumergidos" (12,7-9).
Estamos en el apogeo de la lucha, Miguel ha conquistado al dragón que está bajo sus pies. La atmósfera sigue siendo sombría, el enrojecimiento del fondo nos hace pensar que ya no estamos en el cielo, sino en la tierra, en un paisaje casi infernal. No en vano la escena se ha enriquecido con elementos decorativos que podrían inspirarse en el Infierno de Dante (las tumbas en llamas parecen recordar el castigo de los herejes, los encapuchados en procesión podrían ser los hipócritas mencionados en el canto XXIII, mientras que los niños asaltados por serpientes parecen recordar a los ladrones del canto XXIV). Sin mencionar la presencia de otras figuras fantásticas vinculadas al mundo animal que recuerdan a los monstruos frecuentemente encontrados en las obras del visionario pintor flamenco Hieronymus Bosch.
Casi en el centro de la composición, destaca el pequeño escudo que lleva el arcángel Miguel. Además de la posición focal que ocupa, el objeto atrae nuestra atención tanto por su forma octogonal (no lo olvidemos: 8 es el número de la resurrección, que recuerda "el día después del Sabbat" -el octavo día, de hecho- y que en la época medieval era el número de lados del baptisterio, el lugar donde con el bautismo cada criatura se elevaba a la nueva vida) como por la hermosa cruz roja que sobresale sobre el blanco, la única zona clara en medio de una pintura caracterizada por colores oscuros.
Contemplando el pequeño cuadro de Rafael, hacemos nuestra la oración que el Papa Francisco dirigió a San Miguel el 5 de julio de 2013 - unos meses después de su elección - inaugurando una estatua dedicada al Arcángel y colocada en los Jardines del Vaticano.
“Oh glorioso Arcángel San Miguel, tú que anuncias al mundo la consoladora noticia de la victoria del bien sobre el mal: abre nuestras vidas a la esperanza. Vigila esta ciudad y la Sede Apostólica, corazón y centro de la catolicidad, para que viva en la fidelidad al Evangelio y en el ejercicio de la caridad heroica. El Señor del universo os ha hecho poderosos contra las fuerzas del enemigo: desenmascara las trampas del Diablo y del espíritu del mundo. Haznos victoriosos contra las tentaciones del poder, la riqueza y la sensualidad. Sé el baluarte contra todas las maquinaciones que amenazan la serenidad de la Iglesia; sé el centinela de nuestros pensamientos, que nos libera del asalto de la mentalidad mundana; sé el guía espiritual que nos sostiene en la buena lucha de la fe.
Oh glorioso Arcángel San Miguel, que siempre contemplas el rostro de Dios, mantennos firmes en el camino de la eternidad. ¡Amén!".
(Contribución de Vito Pongolini)