​+39 0669887260 | info@wucwo.org | Contacto

Facebook X Twitter Instagram Youtube 

Arte y meditación - diciembre 2021

Immagine 2021 11 30 120733

© Brukenthal National Museum

Jacob Jordaens (Amberes, Bélgica 1593 – 1678), La Sagrada Familia, hacia 1625-30, óleo sobre lienzo, 113,1 cm x 118,5 cm, Sibiu, Rumania, Museo Nacional Brukenthal.

Diciembre.

Concluimos nuestro viaje en el que nos ha acompañado la figura de San José, que era el guardián de la Sagrada Familia. Y lo hacemos con la ayuda de un cuadro que es en cierto modo excepcional. Fue pintado por uno de los pintores más importantes de Amberes, segundo en fama solo después del gran Peter Paul Rubens, de quien se convirtió en el principal colaborador tras la marcha de Anthony Van Dick a Italia.

Pero ahora dejémonos envolver por la atmósfera del cuadro que estamos mirando. La escena se desarrolla en un interior despojado, donde está reunida una familia. El hecho de que se trata de la familia de Jesús queda claro a partir de un solo personaje: el pequeño que aparece en primer plano a la derecha es sin duda Juan el Bautista, como se desprende del bastón terminado en cruz y de la camisa de pelo de camello que lleva. Vemos inmediatamente que la Sagrada Familia está en el centro, mientras que las dos mujeres de los lados podrían ser Isabel, la madre del Bautista, a la derecha, y una sirvienta o vecina, a la izquierda. Lo que más nos llama la atención es, sin duda, el juego de luces y sombras creado por las dos velas presentes. Es una luz artificial, y probablemente no es casualidad que las velas estén en las manos de las dos madres: el pintor casi parece querer crear un vínculo entre la luz y la vida, entre la luz y la salvación traída por Jesús y anunciada por Juan. Las velas no solo dan luz al cuadro, sino que se convierten en su origen, dando forma y relieve a los personajes: ¡sin ellas la escena sería completamente oscura y no podríamos distinguir a nadie!

Otra cosa que nos llama la atención es el juego de miradas que ha creado el pintor. Algunas de ellas permanecen dentro del cuadro, como la de José, que parece querer comprobar que su mujer y su hijo están bien. Las únicas miradas que abandonan el lienzo y se dirigen a nosotros como espectadores son las de Jesús y María. Es como si a través de este cuadro el pintor quisiera establecer un vínculo de afecto y devoción entre el espectador y la Virgen y su Hijo. Poco importa que no tengan halos, que no haya un trono donde se sienten o que sus ropas no sean muy elegantes o refinadas. Su primacía sobre los demás personajes se la confiere la luz de la vela que María sostiene en su mano. Esa misma luz reemplaza y se convierte en halo, o trono, o elegancia. ¡Esa misma luz dirige nuestra mirada, como la de José, a Jesús, que es nuestro Salvador, y a María, su Madre y nuestra abogada!

Debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre.

Papa Francisco, carta apostólica Patris Corde 5, 8 de diciembre 2020

(Contribución de Vito Pongolini)