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Palma il Vecchio, Jacopo Nigretti de Lavalle llamado (Serina ca. 1480 - Venecia 1528), Jacob y Raquel, ca. 1524/25, óleo sobre lienzo, 146,5 x 250,5 cm, Dresde, Gemäldegalerie.
Mes de octubre.
Mujeres del Antiguo Testamento: Raquel.
Entonces Jacob partió y se dirigió a la tierra de Oriente. Vio en el campo un pozo y tres rebaños de ganado menor acuclillados cerca de él, pues en ese pozo bebían los rebaños, pero la piedra de la boca del pozo era grande. Cuando todos los rebaños se reunieron allí, los pastores apartaron la piedra de la boca del pozo y dieron de beber al ganado; luego volvieron a colocar la piedra en su sitio, en la boca del pozo. Jacob les dijo: "Hermanos míos, ¿de dónde sois?". Respondieron: "Somos de Carran". Les dijo: "¿Conocéis a Labán, hijo de Najor?" Ellos respondieron: "Lo conocemos". Les dijo: "¿Está bien?". Respondieron: "Sí; aquí está su hija Raquel que viene con el rebaño. Y continuó: "Aquí todavía es pleno día: no es hora de arrear el ganado. ¡Denle de beber al ganado y vayan a pastar!" Ellos respondieron: "No podemos, hasta que se reúnan todos los rebaños y se quite la piedra de la boca del pozo; entonces haremos beber al rebaño."
Todavía estaba hablando con ellos cuando llegó Raquel con el ganado de su padre, pues era pastora. Cuando Jacob vio a Raquel, la hija de Labán, el hermano de su madre, junto con el ganado de Labán, el hermano de su madre, se adelantó y quitó la piedra de la boca del pozo e hizo beber a las ovejas de Labán, el hermano de su madre. Entonces Jacob besó a Raquel y lloró en voz alta. Jacob reveló a Raquel que estaba emparentado con su padre, porque era hijo de Rebeca. Luego corrió a decírselo a su padre. Cuando Labán se enteró de que era Jacob, el hijo de su hermana, corrió hacia él, lo abrazó, lo besó y lo llevó a su casa. Y le contó a Labán todas sus historias. Entonces Labán le dijo: "En verdad, tú eres mi hueso y mi carne". Así que se quedó con él durante un mes. (Gn 29:1-14)
El hermoso cuadro de Palma el Viejo reproduce lo que se narra en el libro del Génesis sobre el primer encuentro entre Jacob y Raquel. Es un cuadro que induce a la serenidad y la calma al observador. Es un cuadro que pone bien de relieve a los dos protagonistas, situándolos en un paisaje amplio y encantador. Es un cuadro que nos habla de un mundo rural ya desaparecido.
Jacob vio a Raquel donde las bestias van a saciar su sed. Quedó sorprendido por su belleza y trató de captar su atención haciendo beber al ganado que apacentaba. Amor a primera vista, diríamos hoy. Jacob, antes de llegar a la coronación del matrimonio, conocerá varias pruebas que se narran en la continuación del libro del Génesis.
Los dos jóvenes son ciertamente los sujetos principales del gran lienzo, pero no lo dominan. Más bien, forman parte de un mundo ordenado en el que la naturaleza tiene el protagonismo. Esto se percibe a través del profundo paisaje que conduce nuestra mirada hacia la hermosa montaña que se eleva en el horizonte. Pero también los hermosos bosques con sus múltiples matices de verde nos hablan de un feliz equilibrio entre el hombre y la tierra. La presencia de rebaños y manadas también pretende indicar la riqueza de Labán, padre de Raquel y futuro suegro de Jacob.
El casto beso que intercambian los dos jóvenes al darse la mano ya presagia la intensa relación que se establecerá entre ellos, a pesar de las muchas dificultades que les deparará la vida. Raquel debe esperar primero a que su padre arregle a su hermana mayor, y luego, durante muchos años, debe soportar la imposibilidad de dar un hijo a su marido. Pero finalmente Dios escucha su oración y ella también se convierte en madre, dando a luz primero a José y finalmente al último hijo de Jacob, Benjamín. Y es este nacimiento el que le cuesta la vida a Raquel, que de hecho, consciente de su ya inminente muerte, decide llamar a su hijo recién nacido "Ben-onì" (que significa "hijo de mi dolor"). Pero Jacob, esposo de Raquel y padre del niño, con gran valor saca de su amor por su amada esposa la fuerza para transformar ese trágico acontecimiento en un signo de vida y esperanza. De hecho, cambia el nombre asignado por su madre a su hijo por el hebreo "Ben-yamin", "hijo de la mano derecha", es decir, de la buena fortuna, llamándolo así "Afortunado".
En el cuadro de Palma el Viejo no hay señales de un futuro drama. Aquí todo es luminoso, todo parece mostrar felicidad, todo insinúa un futuro de serenidad y belleza. Y Raquel, una mujer amada y luego llorada, es una parte fundamental de este mundo.
(Contribución de Vito Pongolini)