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La imagine está tomada del sitio web www.hermitagemuseum.org, por gentileza del Museo Estatal del Hermitage, San Petersburgo, Rusia.
Maurice Denis (Granville 1870 – Saint-Germain-en-Laye 1943), Marta y María, 1896, óleo sobre lienzo, 77 x 116 cm, San Petersburgo, Museo del Hermitage.
Mes de abril.
Mujeres del Nuevo Testamento: María, hermana de Marta y Lázaro.
Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada». (Lc 10, 38-42)
Profundamente católico, Maurice Denis pintó varias obras de tema religioso. Hizo parte del movimiento pictórico postimpresionista “Nabi”, un pequeño grupo que desarrolló una poética ligada al simbolismo. En el grupo, dieron apodos a cada uno de los jóvenes miembros. Y así, nuestro Maurice era el “nabi (del árabe “anunciador”, “profeta”) de los bellos íconos”.
En primer plano se encuentras los protagonistas del relato evangélico. Son tres: un hombre – Jesús – y dos mujeres – las hermanas Marta y María. Marta está de pie a la izquierda y está llevando una bandeja sobre la cual vemos manzanas y uvas; María se encuentra a la izquierda del cuadro pero sentada, con las manos apoyadas sobre la mesa. A la derecha, en el otro extremo de la mesa, está Jesús, que tiene entre sus manos un cáliz. Todos los objetos que vemos son fuertemente simbólicos: las manzanas y las uvas de la bandeja nos remiten respectivamente al pecado original (la manzana del relato del libro del Génesis) y a la salvación traída por Jesús (la uva es el símbolo de la sangre derramada en la cruz).
Si se mira bien, la mesa es como un altar sobre el cual están colocados una copa de vino (que hace referencia al cáliz de la liturgia) y un plato (que se parece a una patena). Se trata casi de símbolos eucarísticos, que parecen anticipar la cena que Jesús compartirá con sus discípulos antes de la captura, del proceso, de la condena y de la muerte.
Fijemos ahora nuestra mirada en María: está absorta escuchando a Jesús, no se ve el mínimo atisbo de preocupación por ayudar a su hermana en las, si bien importantes, prácticas de acogida. El pintor parece querer decirnos, al optar por pintar su vestido del mismo color utilizado para la túnica de Jesús, que precisamente María “ha escogido la parte mejor, que no le será quitada”. Ella es la discípula perfecta, porque ha entendido que cuando el Maestro está presente y está hablando hay que quedarse a sus pies y no dejarse distraer por nada, para no perderse ni una sola palabra suya. María es la que comparte la mesa, que se hace “comensal” y que precisamente por eso no debe ser considerada sierva sino más bien una de la familia.
Es una peculiaridad digna de mención también, que el pintor haya colocado el episodio evangélico en un paisaje que le es familiar. De hecho, el fondo corresponde a lo que Denis veía desde las ventanas de su estudio en su hermosa casa, que había llamado “Priorato” de Saint-Germaine-en-Laye: las espalderas de árboles frutales, el pabellón Montespan, el pozo. Y justo al lado del pozo, Maurice Denis representa otro episodio evangélico, el encuentro de Jesús con la Samaritana, casi una cita del sacramento del bautismo. Tomando la decisión de representar el episodio evangélico como si hubiera ocurrido en una soleada tarde estival en el jardín de su elegante casa a poco más de 20 km de París, parece que Denis nos quiere decir que también hoy es posible repetir la elección de María: ponerse a la escucha de Jesús y de su palabra, sobre todo a través de la participación en la Eucaristía.
Pensamientos de María:
Jesús, el nazareno, está a punto de llegar a nuestra casa. Es realmente un gran privilegio abrirle la puerta y sentarse a la mesa con Él.
¡Qué alegría oír la voz del Maestro! ¡Qué alegría escuchar sus palabras!
¿Por qué Marta no se sienta? ¿No se da cuenta de que se está perdiendo lo más importante?
No, Marta, no puedo ayudarte, es mucho más importante escuchar a Jesús que ponerse a trabajar con bandejas, fruta, alimentos y bebidas...
Señor, eres Tú la “parte buena” que da luz y alegría a mi vida. ¡Nada ni nadie podrá quitarme nunca el gran regalo de tu presencia!
(Contribución de Vito Pongolini)