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Veronese - Paolo Caliari, llamado el (Verona 1528 - Venecia 1588), La resurrección del joven de Naín, 1565-70, óleo sobre lienzo, 102 x 136 cm, Viena, Kunsthistorisches Museum
Mes de junio.
Mujeres del Nuevo Testamento: la viuda de Naín
Poco tiempo después iba camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante. (Luc 7, 11-17)
El episodio evangélico es conocido. Quién sabe cómo nos hemos imaginado la escena del funeral de este joven, hijo único de madre viuda: los gritos del luto, las lágrimas de llantos desconsolados, el color negro de los vestidos, palabras como "¡pobre mujer!" "pobrecito", "desgracia", "injusticia" ...
La pintura con la que Veronese representó el Evangelio que acabamos de leer parece en realidad comenzar por el final. Todos están llenos de temor y asombro (basta observar a los apóstoles a espaldas de Jesús o al hombre con turbante que aparece en la parte inferior derecha), el muchacho ya ha vuelto a la vida (lo vemos todavía con un color cadavérico en el extremo izquierdo del cuadro), uno de los dos porteadores - que hasta momentos antes lo transportaba muerto - ahora lo está levantando.
Y si miramos la escena, nos damos cuenta de que la verdadera y única protagonista es la madre del muchacho, la viuda que acaba de obtener del Maestro el retorno a la vida de su hijo. Esperábamos vestidos de luto, pero Veronese ha envuelto a la mujer todavía joven y hermosa en un fino vestido de seda cuyos pliegues reflejan la luz y hacen tornasolado el color; también le ha puesto una amplia capa y un chal. Todo esto nos hace pensar que ya no existen razones para el llanto y la desesperación.
Jesús, en efecto, la mira fijamente, con la mano derecha parece hacer un gesto para hacer que se hierga y abandone su posición postración. También el hecho de que en el rostro de la mujer - en particular en los ojos - se note una sombra me hace pensar que puede ser precisamente la sombra provocada por la persona de Jesús, que está frente a ella y la está mirando intensamente. ¡Jesús le está devolviendo a su hijo, que había muerto pero que ha vuelto a la vida!
El Evangelio no nos cuenta la reacción de la mujer. Pero podemos imaginarla fácilmente.
¡Una alegría indecible! Y la madre - que conoce bien el valor de la gratuidad - no ha olvidado agradecer a Jesús el haber resucitado a su hijo. Colocándola ante nuestros ojos y en el centro de la bella composición, Veronés parece indicarnos un modelo de fe y de entrega, prototipo del creyente en Cristo.
Sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado;
porque quien muere ha quedado libre del pecado.
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él.
Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios.
Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
Romanos 6,6-11
(Contribución de Vito Pongolini)