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Image is used from www.hermitagemuseum.org, courtesy of The State Hermitage Museum, St. Petersburg, Russia
Peter Paul Rubens (Siegen 1577 - Amberes 1640), Caridad romana (Cimón y Pero), c. 1612, óleo sobre lienzo (transferido de panel, 140,5 x 180,3 cm) San Petersburgo, Museo del Hermitage
Signos de esperanza: los presos.
La historia que ilustra este bello cuadro de Rubens se cuenta en los «Nueve libros de dichos y hechos memorables» del historiador latino Valerio Máximo. Una mujer romana, de nombre Pero, amamanta en secreto a su padre, Cimón, que había sido encarcelado y condenado a muerte por inanición. Es descubierta y denunciada por un guardia, pero su valor y piedad filial impresionan tanto a los funcionarios responsables de la prisión que conceden la libertad a su padre.
El gran pintor flamenco plasma hábilmente el núcleo de la historia: vemos a los dos protagonistas en primer plano, nadie más está presente, Pero ha descubierto el pecho con el que se dispone a alimentar a su famélico padre.
Lo primero que nos llama la atención es el entorno. El hecho de que se trata de una prisión se nos hace inmediatamente evidente, tanto por la cadena que cuelga de la gran argolla metálica que pende de la pared y que mantiene atado a Cimón, como por la pesada reja de la ventana que se vislumbra en la parte superior izquierda del cuadro.
Un segundo elemento que Rubens ha querido destacar es el contraste entre los dos protagonistas del episodio. Si observamos, hay varias cosas que sitúan al viejo Cimón y a la joven Pero casi en polos opuestos: él está casi desnudo, ella está casi completamente vestida, él tiene la piel muy oscura, ella en cambio blanquísima, él tiene el pelo gris, ella es pelirroja, él tiene el único trozo de tela que le cubre de un color negro intenso mientras que el vestido de ella es de un hermoso rojo escarlata. Todo esto, sin embargo, no pretende distanciar al padre y a la hija, sino enfazar el gesto con el que ambos están a punto de entrar en contacto. En efecto, la joven Pero se ha descubierto el pecho y se lo entrega al padre condenado a morir de inanición, mientras que el viejo Cimón está acercando la boca al pecho de su hija para encontrar alimento y vida. De este modo, parece también invertirse el curso de la naturaleza, en la que son los padres quienes alimentan a sus hijos, mientras que aquí sucede exactamente lo contrario. Es por eso que, la audacia y la generosidad de una joven se convierten en un símbolo y el episodio se recuerda a menudo no con el simple nombre de los dos protagonistas, «Cimón y Pero», sino con un título que lo convierte en paradigma para todos: «La caridad romana».
La cárcel, por tanto, de ambiente de soledad, castigo e incluso muerte se transforma, gracias a la joven Pero, en un lugar donde la vida se aventaja y el amor filial transforma y cambia un destino que parecía inexorablemente marcado.
En el Año jubilar estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria. Pienso en los presos que, privados de la libertad, experimentan cada día —además de la dureza de la reclusión— el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en bastantes casos, la falta de respeto. Propongo a los gobiernos del mundo que en el Año del Jubileo se asuman iniciativas que devuelvan la esperanza; formas de amnistía o de condonación de la pena orientadas a ayudar a las personas para que recuperen la confianza en sí mismas y en la sociedad; itinerarios de reinserción en la comunidad a los que corresponda un compromiso concreto en la observancia de las leyes.
Es una exhortación antigua, que surge de la Palabra de Dios y permanece con todo su valor sapiencial cuando se convoca a tener actos de clemencia y de liberación que permitan volver a empezar: «Así santificarán el quincuagésimo año, y proclamarán una liberación para todos los habitantes del país» ( Lv 25,10). El profeta Isaías retoma lo establecido por la Ley mosaica: el Señor «me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor» ( Is 61,1-2). Estas son las palabras que Jesús hizo suyas al comienzo de su ministerio, declarando que él mismo era el cumplimiento del “año de gracia del Señor” (cf. Lc 4,18-19). Que en cada rincón de la tierra, los creyentes, especialmente los pastores, se hagan intérpretes de tales peticiones, formando una sola voz que reclame con valentía condiciones dignas para los reclusos, respeto de los derechos humanos y sobre todo la abolición de la pena de muerte, recurso que para la fe cristiana es inadmisible y aniquila toda esperanza de perdón y de renovación. Para ofrecer a los presos un signo concreto de cercanía, deseo abrir yo mismo una Puerta Santa en una cárcel, a fin de que sea para ellos un símbolo que invita a mirar al futuro con esperanza y con un renovado compromiso de vida.
(Francisco, BULA de convocación del Jubileo ordinario del año 2025, Spes non confundit 10)
(Contribución de Vito Pongolini)