+39 0669887260 | info@wucwo.org | Contacto
Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla 1618 - 1682), Niños jugando a los dados, 1675/80 c. Óleo sobre lienzo, 146 x 108,5 cm, Múnich, Alte Pinakothek
Signos de esperanza: los pobres
Son varios los cuadros que el gran pintor español dedicó a la infancia que probablemente pudo observar cada día en las calles de Sevilla. Son vivos testimonios de la gran pobreza en la que vivía la mayor parte de la población de la ciudad más importante de Andalucía a finales del siglo XVII.
Este magnífico cuadro también nos la evidencia. Lo hace, en primer lugar, mostrándonos cómo van vestidos los tres niños protagonistas: ropas raídas y sucias, descalzos o con zapatos cuyas suelas están tan gastadas que se les ve medio pie. El mero hecho de que pasen el tiempo en la calle jugando a los dados con las pocas monedas que se nos presentan, nos habla de un entorno humano degradado, en el que los pequeños quedan a merced de la calle, con todos los peligros que ello conlleva.
Sin embargo, la mirada del pintor hacia estos tres niños está llena de atenciones y de compasión. Ciertamente, no los mira con desprecio, ni siquiera con superioridad, sino que los pone ante nuestros ojos en la verdad de su condición, para que surjan en nosotros los mismos sentimientos. Llama nuestra atención de manera particuar la mirada atónita del niño más pequeño, que no participa en el juego en el que están enfrascados sus dos amigos mayores. Casi parece haber dejado de mordisquear el trozo de pan que le había mantenido ocupado hasta entonces (y que también mantiene ocupado al perro, probablemente vagabundo, que parece esperar a que caigan unas migajas), mientras sus grandes ojos oscuros miran fijamente al pintor que tal vez está dibujando la escena en su cuaderno.
Y a través del pintor esos ojos llegan hasta nosotros, los espectadores, que después de casi cuatro siglos nos dejamos cautivar por la inocencia de la mirada y quizás pensamos en los niños y jóvenes de nuestros suburbios o en los de demasiadas ciudades de países de África o América Latina donde la misma pobreza que vio Murillo, desgraciadamente, sigue estando presente.
El realismo de la escena que vemos reproducida es ciertamente un interesante testimonio de las condiciones de vida de la época, pero para nosotros, en estos días del camino jubilar, puede convertirse en una ocasión de reflexión sobre esos «signos de esperanza» que Francisco ha querido confiar a toda la comunidad cristiana. Reflexión que lleve a cambiar estilos de vida demasiado cómodos, a denunciar condiciones de vida que no son dignas de nuestra humanidad, a identificar caminos concretos de promoción humana y de apoyo a quienes siguen siendo víctimas de la pobreza.
Imploro, de manera apremiante, esperanza para los millares de pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir. Frente a la sucesión de oleadas de pobreza siempre nuevas, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse. Pero no podemos apartar la mirada de situaciones tan dramáticas, que hoy se constatan en todas partes y no sólo en determinadas zonas del mundo. Encontramos cada día personas pobres o empobrecidas que a veces pueden ser nuestros vecinos. A menudo no tienen una vivienda, ni la comida suficiente para cada jornada. Sufren la exclusión y la indiferencia de muchos. Es escandaloso que, en un mundo dotado de enormes recursos, destinados en gran parte a los armamentos, los pobres sean «la mayor parte […], miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar». No lo olvidemos: los pobres, casi siempre, son víctimas, no culpables.
(Francisco, Bula de convocación del Jubileo 2025 Spes non confundit 15)
(Contribución de Vito Pongolini)