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Michelangelo Merisi da Caravaggio (Milán 1571 – Porto Ércole 1610), La flagelación, 1607-1608, óleo sobre lienzo, 286 cm x 213 cm, Nápoles, Museo nacional de Capodimonte
Tras el dramático asesinato de Ranuccio Tomassoni el 28 de mayo 1606, Caravaggio se vio obligado a huir de Roma. Buscado por los guardias de los Estados Pontificios, a finales de ese año pasó por Nápoles, donde encontró protección y calma suficiente para reanudar su actividad.
Este gran cuadro fue encargado por la familia De Franchis para decorar su propia capilla en la iglesia de San Domenico.
El centro en torno al cual se organiza esta obra es la columna a la que Jesús está atado: podemos ver su base pero no el capitel. El hecho de que Jesús es el punto de apoyo de la pintura también lo atestigua la luz hermosa y rasante que procede de arriba a la izquierda y que ilumina todo su cuerpo. En realidad, el hecho de que su piel resplandeciente siga siendo inmaculada y sin una gota de sangre nos dice que la escena de la flagelación está representada en su principio, cuando los tres hombres que rodean a Jesús lo están atando a la columna antes de empezar a golpearlo. De hecho, tienen los látigos en sus manos y están a punto de comenzar la escena dramática que los Evangelios nos dicen que ocurrió en el pretorio, por orden del gobernador romano Poncio Pilato (cf. Mc 15,15 o Jn 19,1 o Mt 27,26).
El juego de luces sobre los tres verdugos, representados en tres posiciones diferentes para destacar músculos, torsiones y movimientos, alterna la luz y la oscuridad y resalta sus rasgos de fuerza y crueldad. De hecho, los tres están a punto de infligir un doloroso castigo al inocente Jesús. Ellos no muestran ningún sentimiento de compasión o comprensión: son personas acostumbradas al mal y a hacerlo a los demás sin hacerse preguntas.
Todo esto se ve aún más enfatizado por el contraste entre sus figuras y la figura de Jesús, que nos parece abandonado para cumplir la voluntad del Padre. Él es verdaderamente “como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda delante de sus esquiladores, y no abrió la boca” (Is 53,7).
Otro elemento que nos llama la atención es que la escena se desarrolla en un entorno cuyo fondo no es visible; todo está envuelto en la oscuridad. Recordamos las palabras que Jesús dijo unas horas antes a los que habían venido a capturarlo en el monte de los Olivos, armados con espadas y palos: “Estando yo todos los días en el Templo con vosotros, no me pusisteis las manos encima; pero esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas” (Lc 22,53).
Pero sabemos que las tinieblas han sido vencidas por la luz, que es Jesús (Jn 1,4-5).