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Tiziano Vecellio (Pieve di Cadore, 1490 aprox. – Venecia 1576), La coronación de espinas, 1570 aprox.– oleo sobre lienzo, cm 280x182 – Múnich, Alte Pinakothek
Lo que más impresiona en este gran cuadro de Tiziano es la crueldad de la escena. Después de todo, el relato evangélico ya es dramático, como se puede leer en el texto de Marcos: “Entonces los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al Pretorio, y convocaron a toda la cohorte romana. Le vistieron de púrpura, y después de tejer una corona de espinas, se la pusieron; y comenzaron a vitorearle: ¡Salve, Rey de los judíos! Le golpeaban la cabeza con una caña y le escupían, y poniéndose de rodillas le hacían reverencias” (Mc 15, 16-19, ver también cf. Mt 27, 27-30 y Jn 19, 2-3). Jesús aparece solo en el centro de la escena, completamente abandonado, a la merced de los cuatro soldados que lo rodean. La escena parece estar encuadrada por las cañas que son manejadas hábilmente. Podemos imaginar el dolor que cada golpe de caña podía infligir a Jesús, porque cada golpe incrusta más profundamente las espinas en su cabeza.
La escena está ambientada en la noche, como lo demuestran las cinco lámparas en la parte superior derecha, cuyas llamas parecen estallar como si uno de los soldados las hubiera golpeado en su impaciencia. Esta oscuridad, como ya se mencionó el mes pasado, subraya que toda la historia del prendimiento y condena a muerte de Jesús ocurre cuando el "imperio de las tinieblas" parece prevalecer, como lo evidencian las nubes grises oscuras que se pueden vislumbrar en la parte inferior, más allá del arco del balcón.
Una última observación. En la esquina inferior derecha del gran lienzo hay un niño que sostiene las cañas y que las va pasando a los soldados que golpean a Jesús con ellas. Está mirando la escena impasiblemente, no muestra compasión por Jesús que es golpeado con una violencia inaudita sin haber hecho nada malo. Ante el dolor y lo que le está sucediendo a Jesús, Tiziano parece decirnos, ¡nadie está exento de culpa, no hay lugar para la inocencia!
Nos vienen a la mente las palabras de Isaías: “El Señor me ha abierto el oído y yo no me resistí, no me resistí. Ofrecí mis espaldas a los que me pegaban, mi barbilla a los que me arrancaban la barba, no sustraje mi rostro a insultos y salivazos” (Is 50, 5-6).
Al contemplar su dolor, al mirar su rostro ultrajado, abramos nuestros corazones al arrepentimiento y a la compasión: “¡Jesús, Hijo amado del Padre, ten piedad de mi pecador!”.