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Simone Martini (Siena 1284 – Aviñón 1344), La subida al Calvario, hacia 1335, témpera sobre madera, 30 cm x 20 cm, París, Museo del Louvre
La subida al Calvario era una cara de uno de los compartimentos de un pequeño políptico de devoción privada, pintado en ambos lados. Cuando estaba abierto, se podían ver sucesivamente cuatro escenas de la Pasión de Cristo, la Subida al Calvario (en el Louvre de París), la Crucifixión y el Descenso de la Cruz (en el Museo Real de Amberes) y la Deposición en el sepulcro (en la Gemäldegalerie de Berlín). Era, pues, una meditación sobre el misterio de los últimos momentos de la vida de Jesús.
Simone Martini eligió representar el episodio en el que Cristo es llevado por los soldados fuera de la ciudad de Jerusalén, con la cruz sobre sus hombros, para ser crucificado en el monte Gólgota. Una gran multitud se reúne alrededor de Jesús, acompañándole en su subida al Calvario: unos soldados, cuyas lanzas ritman la composición, unos judíos y, a la izquierda, la Virgen, empujada con violencia por un soldado y sujetada por San Juan. En medio del grupo de mujeres piadosas, María Magdalena levanta sus brazos al cielo en un patético gesto de dolor. La procesión describe una curva que sale de las murallas de la ciudad; algunas miradas ya tienden hacia la siguiente escena, la Crucifixión, representada en otro compartimento del mismo políptico (hoy en Amberes).
La composición del cuadro es extremadamente densa: se percibe una gran agitación en medio de la multitud, que parece rodear a Jesús por todos los lados. Este efecto dramático se ve reforzado por la calma de Jesús que, aunque condenado a muerte, mantiene una gran dignidad: sólo su mirada es triste, porque vuelve su rostro hacia la Virgen María y, por tanto, ve el dolor de su madre. El sentido narrativo del autor se traduce en detalles realistas: los rostros crudos de los verdugos, el perfil con la nariz torcida de la anciana con el vestido azul marino, el gesto patético de la Magdalena, la expresión más contenida, pero no menos intensa, de la Virgen, rechazada en su ímpetu hacia su hijo, los dos niños pequeños de abajo a la derecha que quizás no entienden lo que está pasando...
El poder dramático del cuadro, con su atmósfera opresiva, no excluye una verdadera poesía y refinamiento, que se traduce en la extraordinaria elegancia de las líneas, la riqueza de los ornamentos dorados, como los halos o la armadura del soldado que amenaza a la Virgen, y sobre todo en la preciosidad y delicadeza de la paleta de colores: como el rojo del vestido de María Magdalena, que combina con el rojo de la túnica de Cristo, el delicado naranja del vestido del verdugo o el azul con las estrellas doradas del manto del soldado detrás de él.
Aquí, pues, está la escena que el evangelista Lucas describe en el capítulo 23 (vv. 26-32) de su Evangelio. ¿Dónde nos hubiera gustado estar? ¿Con María, con los soldados, con la multitud, con los dos niños, con sus discípulos...?