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Reflexión pastoral para el Adviento
“Feliz quien pone su esperanza en el Señor, su Dios” (Salmo 146, 5).
Pasamos gran parte de nuestra vida adormecidas, sin verdadera conciencia de lo que ocurre a nuestro alrededor e incluso dentro de nosotras. Vivimos distraídas, incapaces de dar sentido a lo que nos sucede, a veces por pereza, otras por miedo a abrir los ojos y enfrentarnos a posibles decepciones. Este estado se ve agravado en un contexto donde las quejas, ansiedades e impaciencias parecen ahogar cualquier buena noticia, y donde cada día las informaciones aumentan nuestra inseguridad y debilitan la esperanza de una humanidad más fraterna. Es verdad que las necesidades, tanto propias como ajenas, nos apremian. Sin tiempo, nos impacientamos con lo que se demora.
Sin embargo, al finalizar el año, la liturgia de la Iglesia nos llama nuevamente a la esperanza. Iniciamos el tiempo de Adviento, un Tiempo de cuatro semanas para detenernos y esperar la Navidad, es decir, a Dios. Iniciar un nuevo año litúrgico de espera nos invita a reconocerse como peregrinas que han recibido en don una esperanza generada por la fe. En este contexto, el Adviento es un tiempo propicio, favorable, liberador. Nos invita a detenernos, a rezar, a abrirnos a la esperanza, a escuchar, incluso en medio de la confusión, la voz de Jesús que nos dice: Alza la mirada: se acerca tu salvación.
Un tiempo para preparar el corazón
El Adviento es una oportunidad única para esperar al Dios que nace de un modo nuevo en tu vida. Es también el tiempo de preparar el corazón y liberarlo de todo lo que habla de ídolos y así para acoger el Nacimiento de Jesús. Sí, porque el Adviento solo tiene sentido si nos permite llegar al Pesebre, como los Pastores y entrar en El, como los Reyes magos, siempre para adorar a Dios. Esto implica disponernos activamente, además, una invitación a estar alegres y despiertas ante Aquel a quien esperamos. Dejemos que el amor de Dios entre plenamente, renovándonos y preparándonos para recibir al Emmanuel, Dios con nosotros. Si tu corazón esta triste, “Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz” (Ef. 5, 14). Estar alegres y llenas de esperanza, porque Cristo viene, y despiertas porque el Señor está cerca, nos exhorta a abandonar un cristianismo cansado y sin entusiasmo. El Adviento es el tiempo propicio para despertar la alegría en nuestros corazones y para renovar nuestra espera en «Aquel que es, que era y que va a venir» (Ap. 1, 8).
Peregrinas de esperanza
Este tiempo nos introduce, además, en el año Jubilar. Cada una de ustedes, como peregrinas de esperanza, sembradoras y testigos de la promesa de Dios, también pueden escuchar a Juan Bautista proclamando en el desierto: “Todos verán la salvación de Dios” (Lc. 3, 6, Adviento II). Las invito, queridas hermanas, a cuidar este Adviento. Que en este tiempo podamos, tanto personal como comunitariamente, encontrar motivos para dar razón de nuestra esperanza (1 Pe 3, 15). Que la alegría y la luz de Cristo renueven tu vida y te llenen de esperanza. Como dice el Salmo: “Espero en el Señor, mi alma espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor más que los centinelas la aurora” (Salmo 130, 5-6). Que el Señor nos conceda la gracia de abrir nuestro corazón, desprendiéndonos de lo que nos esclaviza, para caminar con alegría y fe hacia la Navidad. Espera, que el Señor ya llega.
Diciembre 2024
P. Marcelo Gidi S.J.
Asistente Eclesiástico