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Annibale Carracci (Bolonia, 1560 – Roma, 1609), Asunción de la Virgen, hacia 1600-01, 245 cm x 155 cm, óleo sobre madera, Roma, Iglesia de Santa María del Popolo
Este panel se encuentra en la primera capilla a la izquierda del altar mayor de la famosa iglesia romana de Piazza del Popolo. La capilla fue adquirida en julio de 1600 por Tiberio Cerasi, que era el Tesorero General de la Cámara Apostólica. Cerasi, que quería ser enterrado allí, hizo que el famoso arquitecto Carlo Maderno reorganizara y ampliara la capilla y encargó a los dos pintores más famosos de la época que embellecieran las tres paredes: a Annibale Carracci se le encargó pintar el gran panel de la pared principal, mientras que a Caravaggio se le pidió pintar dos lienzos para las paredes laterales con La conversión de San Pablo y El martirio de San Pedro. Aún hoy es posible admirar las tres pinturas junto a la tumba de Cerasi, que murió el 3 de mayo de 1601, momento en el probablemente sólo se encontraba el cuadro de la Asunción. De hecho, sabemos que la capilla fue consagrada el 11 de noviembre de 1606.
La pintura de Carracci está muy recargada; las tres cuartas partes inferiores del cuadro están ocupadas por los apóstoles y la tumba donde María había sido depositada. Las miradas y los gestos nos llevan hacia arriba, donde María - en su espléndido vestido rojo y con su cabeza rodeada de la luz dorada que nos recuerda la divinidad - es levantada por ángeles y querubines. La Virgen a su vez mira hacia arriba, porque es llevada hacia lo alto y allí se encuentra su destino. En realidad, el pintor nos presenta a María como si estuviera todavía entre nosotros, como para significar que su destino es el mismo que el que nos espera a nosotros. Después de todo, Ella, que dio a luz a Jesús, el Hijo de Dios, no podía conocer la corrupción de la muerte y del sepulcro.
En el Oriente cristiano, el 15 de agosto, se celebra la fiesta de la Dormición de la Virgen: la Virgen no está muerta, sino que se ha dormido, porque cuando se despierte será llevada en cuerpo y alma a la presencia de Dios. ¿Cómo podía Ella, la Santísima Madre de Dios, que no conocía el pecado, haber conocido la muerte?
“Era necesario que Aquella que en el parto había conservado ilesa su virginidad conservase también sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Era necesario que Aquella que había llevado en su seno al Creador hecho niño, habitase en los tabernáculos divinos. Era necesario que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo y que por todas las criaturas fuese honrada como Madre y sierva de Dios” (San Juan Damasceno).