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©Museo Nacional del Prado ©Archivo Fotográfico Museo Nacional del Prado
Paolo Caliari, conocido como Paolo Veronés (Verona 1528 – Venecia 1588), Moisés salvado de las aguas, hacia 1580, óleo sobre lienzo, 57 cm x 43 cm, Madrid, Museo del Prado
Enero.
Mujeres del Antiguo Testamento: La hija del Faraón
Un hombre de la casa de Leví fue a tomar por mujer una hija de Leví. Concibió la mujer y dio a luz un hijo; y viendo que era hermoso lo tuvo escondido durante tres meses. Pero no pudiendo ocultarlo ya por más tiempo, tomó una cestilla de papiro, la calafateó con betún y pez, metió en ella al niño, y la puso entre los juncos, a la orilla del Río. La hermana del niño se apostó a lo lejos para ver lo que le pasaba. Bajó la hija de Faraón a bañarse en el Río y, mientras sus doncellas se paseaban por la orilla del Río, divisó la cestilla entre los juncos, y envió una criada suya para que la cogiera. Al abrirla, vio que era un niño que lloraba. Se compadeció de él y exclamó: «Es uno de los niños hebreos.» Entonces dijo la hermana a la hija de Faraón: «¿Quieres que yo vaya y llame una nodriza de entre las hebreas para que te críe este niño?» «Vete», le contestó la hija de Faraón. Fue, pues, la joven y llamó a la madre del niño. Y la hija de Faraón le dijo: «Toma este niño y críamelo que yo te pagaré.» Tomó la mujer al niño y lo crio. El niño creció, y ella lo llevó entonces a la hija de Faraón, que lo tuvo por hijo, y le llamó Moisés, diciendo: «De las aguas lo he sacado.» (Éxodo 2, 1-10)
Muy poco de la historia bíblica queda en el pequeño cuadro que Veronés realizó probablemente para algún personaje importante de la República de Venecia. El paisaje claramente no es africano, el río no es ciertamente el Nilo y las ropas de los personajes que pueblan la escena recuerdan la elegancia de la moda veneciana. Sin embargo, es probable que el tema del cuadro estuviera especialmente en boga en la segunda mitad del siglo XVI (¿quizá porque el escenario fluvial podía evocar la laguna veneciana?), si pensamos que Veronés lo pintó al menos cinco veces (además de la versión madrileña, hay versiones en Turín, Washington, Lyon y Dresde).
Sin embargo, al mirar el cuadro, tenemos la certeza de que estamos viendo la escena del libro del Éxodo. Basta con un niño mostrado como en ofrenda; un cesto en el que estaba contenido y que, en primer plano, está en las firmes manos de una mujer negra; y la mujer elegantemente vestida en el centro de un pequeño grupo de otras mujeres que reconocemos como la hija del Faraón. Es ella la que mira al pequeño hebreo sacado de las aguas del Nilo, la que le llamará Moisés, que significa precisamente “salvado de las aguas”.
Al contemplar la escena representada por nuestro pintor, nos llama la atención tanto la belleza y la riqueza del paisaje (especialmente los dos árboles del fondo que abarcan toda la altura del cuadro) como la disposición semicircular de los personajes, que comienza con la criada que sostiene el cesto a la izquierda y, a través de las distintas sirvientas y la hija del Faraón, llega hasta el bufón, cuya presencia revela el alto estatus social de las presentes.
Pero nuestra atención no puede dejar de ser captada por el hermoso vestido y las joyas que lleva la mujer protagonista de la escena. La luz también parece participar en el deseo del pintor de destacar al personaje más importante. Sobre todo, porque gracias a ella se desobedeció la orden de su padre -de matar a todos los primogénitos varones de los hebreos - y el pequeño Moisés fue devuelto a la vida por la misma familia que debería haberlo querido muerto. Tampoco creo que sea casualidad que tanto el relato bíblico como el cuadro de Veronés nos muestren casi exclusivamente la presencia de mujeres. Es la mujer, la madre, la que en sí misma trae la vida y consigue imponerla incluso allí donde la muerte ya está decidida. Y así, Moisés, condenado a una muerte segura por el edicto del faraón, no solo es salvado de las aguas, sino que ¡incluso pasa a formar parte de la propia familia del faraón, al ser adoptado por su hija!
El Dios vivo, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, nuestro Dios conduce la historia por caminos que a menudo nos resultan incomprensibles.
Le confiamos nuestras vidas para que, a través de nosotros y de nuestra pobreza, crezca el amor en el mundo y se dé la salvación.
(Contribución de Vito Pongolini)