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Jacopo Robusti, conocido como Tintoretto (Venecia 1518 – 1594), Susana y los viejos, 1555-56, óleo sobre lienzo, 187 cm x 220 cm, Viena, Kunsthistorisches Museum.
Mes de febrero.
Mujeres del Antiguo Testamento: Susana.
Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín. Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que era muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos. Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor: «La iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo». Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos. Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido. (Daniel 13, 1-7)
Todo el largo capítulo 13 del libro del profeta Daniel nos cuenta la historia de Susana. Ya en los primeros versos encontramos a los protagonistas (Susana y los dos ancianos jueces) que también encontramos en el lienzo pintado por Tintoretto. De hecho, el pintor decidió ofrecernos el comienzo del drama de Susanna, cuando la joven, creyendo estar sola en el jardín, se desnuda para bañarse. Su mirada es serena, su cuerpo luminoso se impone a nosotros los espectadores, su belleza se ve realzada por los dos espléndidos brazaletes de sus muñecas, sus pendientes, su elaborado peinado, pero también por el vestido, el velo y las joyas que se ha quitado y de las que está rodeada. El jardín de su casa es muy hermoso y frondoso, con sus numerosos árboles verdes, animales, flores y la rosaleda sobre la que se apoya el espejo y que atraviesa el lienzo en diagonal y da profundidad a la escena.
Casi como para contrarrestar la serenidad de la protagonista, los dos ancianos jueces emergen de los dos extremos de la pérgola florecida, aún no vistos por Susanna. Uno de ellos, el del primer plano de la izquierda, está retratado en una pose poco natural, casi como si se arrastrara para pillar a la joven por sorpresa. El otro, en el lado opuesto, en el fondo, no se atreve a levantar la vista, como para subrayar la vergüenza de la acción que están llevando a cabo contra la joven esposa de Joaquín.
Conocemos la historia de Susana: los dos ancianos que la sorprendieron en el jardín, que la chantajearon para acostarse con ella, su negativa, la falsa acusación contra ella, el juicio, la condena a muerte, la intervención del joven Daniel que desenmascaró su engaño y finalmente liberó a la joven de todos los cargos.
Nos llama la atención que el gran pintor veneciano eligiera representar el principio de la historia de Susana, evitando mostrarnos sus partes más dramáticas. De este modo, casi quiso mostrarnos desde el principio no solo su belleza - de la que también da testimonio el versículo 31: “Susana era muy delicada y de hermoso aspecto” - sino también su honradez, que proviene de seguir las enseñanzas de la Biblia y de confiar en Dios - el versículo 35 nos dice que Susana “llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios” - incluso cuando todo parece ir mal. Y el joven Daniel, en la historia, se convierte así en el instrumento de Dios para que la verdad triunfe sobre la mentira y la inocencia sobre el pecado.
El cuadro de Tintoretto se inscribe en una tradición secular de gran atención a la historia de Susana, tanto en el ámbito iconográfico (ya desde los primeros siglos después de Cristo encontramos representaciones iconográficas de su historia en un fresco de las catacumbas de Priscila, en Roma, o en algunos sarcófagos paleocristianos incluso, muy bellos, el de la basílica de Sant Feliu en Gerona, en Cataluña, y el del Museo de la Antigüedad de Arles, en Francia) y en el ámbito literario (entre los Padres de la Iglesia, Jerónimo la llamó “mujer noble en la fe”, Hipólito escribió que su cabeza estaba adornada con “fe, castidad y santidad”, Ambrosio y Agustín escribieron sobre ella varias veces).
Susana se presenta como una de las figuras de mujer más luminosas que tenemos en el Antiguo Testamento, convirtiéndose en un icono de la fidelidad conyugal.
(Contribución de Vito Pongolini)