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Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla 1618 – 1682), Rebeca y Eliezer, c. 1660, óleo sobre lienzo, 108 cm x 151,5 cm, Madrid, Museo del Prado
Mes de junio.
Mujeres del Antiguo Testamento: Rebeca.
Tomó el siervo diez camellos de los de su señor y de las cosas mejores de su señor y se puso en marcha hacia Aram Naharáyim, hacia la ciudad de Najor. Hizo arrodillar a los camellos fuera de la ciudad junto al pozo, al atardecer, a la hora de salir las aguadoras, y dijo: «Señor, Dios de mi señor Abraham: dame suerte hoy, y haz favor a mi señor Abraham. Voy a quedarme parado junto a la fuente, mientras las hijas de los ciudadanos salen a sacar agua. Ahora bien, la muchacha a quien yo diga “Inclina, por favor, tu cántaro para que yo beba”, y ella responda: “Bebe, y también voy a abrevar tus camellos”, ésa sea la que tienes designada para tu siervo Isaac, y por ello conoceré que haces favor a mi señor.» Apenas había acabado de hablar, cuando he aquí que salía Rebeca, hija de Betuel, el hijo de Milká, la mujer de Najor, hermano de Abraham, con su cántaro al hombro. La joven era de muy buen ver, virgen, que no había conocido varón. Bajó a la fuente, llenó su cántaro y subió. El siervo corrió a su encuentro y dijo: «Dame un poco de agua de tu cántaro.» «Bebe, señor», dijo ella, y bajando en seguida el cántaro sobre su brazo, le dio de beber. Y en acabando de darle, dijo: «También para tus camellos voy a sacar, hasta que se hayan saciado» (Génesis 24, 10-19).
Cuando Abraham imagina una esposa para su hijo Isaac, desea que sea de su país natal, la “tierra de los dos ríos”, Mesopotamia. Confía el intento a un criado de confianza (que la tradición identifica con Eliezer, mencionado en el capítulo 15), y el siervo va. La escena que describe el pasaje arriba es aquella en la que sucede lo que se había predicho: una joven da de beber al criado y también a los camellos: a ella, por tanto, hay que hacer la propuesta de matrimonio.
En su cuadro, Murillo, el gran pintor español, representa precisamente la famosa escena del pozo. Algunas jóvenes están alrededor del pozo, realizando una acción cotidiana: llenar grandes cántaros con agua y llevarlas a casa para las tareas domésticas. El cántaro de Rebeca, colocado en el suelo frente al pozo, está en el centro del cuadro, al igual que su dueña, que mira a su izquierda hacia sus amigas, mientras que a su derecha da de beber al viajero que le ha pedido que sacie su sed. En el fondo están los camellos.
La historia de Rebeca continúa a lo largo del capítulo 24 del Génesis, y en ella se pueden ver elementos propios de la cultura de la época, ante todo el valor sagrado de la hospitalidad. El peregrino es enviado por el Señor y, por lo tanto, hay que poner a su disposición la casa, la comida y todos los recursos. En la historia se suceden las alabanzas y las bendiciones, los cuentos y los actos de fe en el Señor Dios, hasta que Betuel y Labán -padre y hermano de Rebeca, respectivamente- deciden consentir que su hija, y hermana, vaya a Abraham para ser entregada en matrimonio a Isaac:
Entonces despidieron a su hermana Rebeca con su nodriza, y al siervo de Abraham y a sus hombres. Y bendijeron a Rebeca, y le decían:
«¡Oh hermana nuestra, que llegues a convertirte en millares de miríadas,
y conquiste tu descendencia la puerta de sus enemigos!»
Levantose Rebeca con sus doncellas y, montadas en los camellos, siguieron al hombre. El siervo tomó a Rebeca y se fue.
(Génesis 24, 59-61).
Volvamos al cuadro por un momento. Estamos al principio de la historia de Rebeca, pero el pintor ya ha conseguido resaltar su figura. Lo hace a través de su belleza, pero también de su porte humilde y recatado, así como del color rojo de su manto atado a la cintura que destaca entre la vasta gama de marrones y verdes presentes.
La elección de incluir las amigas de Rebeca -de las que no hay rastro en el relato bíblico- tiene una doble finalidad: por un lado, son testigos de lo que está ocurriendo, y por otro proporcionan apoyo psicológico a su amiga, como muestra el juego de miradas y sonrisas.
La historia de Rebeca encontrará luego otros momentos importantes, empezando por el nacimiento de los gemelos Esaú y Jacob y su propia aventura. Sin embargo, desde el primer episodio en el que aparece, ya nos da la idea de una mujer de gran profundidad, capaz de insertarse plenamente en la historia de la salvación.
(Contibución de Vito Pongolini)