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Hans Memling (Selingenstadt c. 1433 - Brujas 1494), Virgen con el Niño, 1487, óleo sobre roble, 54,6 x 43,2 cm, Berlín, Gemäldegalerie.
Mes de enero.
Mujeres del Nuevo Testamento: María.
En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».
María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?».
El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios». María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. Y el Ángel se alejó. (Lc 1, 26-38)
Terminamos el año pasado presentando la figura de la primera mujer que aparece en el Antiguo Testamento, Eva, la madre de todos los vivientes.
Comenzamos el nuevo año -que estará dedicado a la presentación a través del arte de las mujeres del Nuevo Testamento- hablando de María, la primera mujer de la que nos hablan los Evangelios sinópticos, la que Dios eligió para dar a luz a Jesús, el hijo de Dios.
El estrecho vínculo entre Eva y María ya se puso de manifiesto en la tabla de Durero, que presentamos el pasado diciembre, por la cartela en la que el pintor alemán insertó la fecha de ejecución, donde escribió que la obra fue realizada "1507 años después del nacimiento de María". Incluso en el retablo que hemos elegido, obra de uno de los más grandes pintores flamencos del Renacimiento, el vínculo entre las dos mujeres es evidente. María, de hecho, le da una manzana al niño Jesús. E inmediatamente nuestra mente se remonta a una de las primeras páginas de la Biblia, cuando fue precisamente una manzana lo que la serpiente hizo coger a Eva, simbolizando el pecado que alejó a los progenitores del Dios Creador que los había colocado en el Jardín del Edén.
Hemos elegido presentar a María con el tema que desde la Antigüedad -basta pensar en las obras de mosaico bizantinas de los primeros siglos o en los iconos de la tradición oriental- era el más extendido entre aquellos con los que se la representaba: la "Virgen con el Niño". Se trataba de subrayar la estrecha interdependencia que se deriva de la maternidad (la madre y el hijo), pero también, concretamente, la conexión establecida de una vez por todas entre la divinidad y la humanidad (Dios se hace hombre en Jesús, el hijo de María). Para hacernos una idea de la difusión del tema en el arte europeo, basta saber que sólo en las colecciones de la Gemäldegalerie de Berlín, donde se encuentra el pequeño retablo de Memling, hay nada menos que ¡170 obras que nos presentan a "Maria mit den kind" (Virgen con el Niño)!
Contemplemos un rato más el hermoso retablo, destinado seguramente -dado su pequeño tamaño- a la devoción privada. De hecho, se ha demostrado que la Virgen con el Niño era el retablo central de un pequeño tríptico, cuyos retablos laterales -que representan al comisionado de la obra, Benedetto di Tommaso Portinari, a la derecha, y a San Benito, su santo patrón, a la izquierda- se encuentran en la Galería de los Uffizi de Florencia.
La obra - envuelta en una luz cálida que define perfectamente tanto las dos figuras del primer plano como el magnífico paisaje que aparece más allá de la balaustrada detrás de la Virgen - destila serenidad, calma, dulzura. Cada detalle es perfecto: basta con ver los rizos rubios de Jesús o los puños del vestido de María, el brocado del cojín sobre el que se apoya el Niño o el follaje verde de los árboles del fondo. María está absorta, con la mirada dirigida hacia abajo, hacia ese Hijo al que ofreció la manzana. Un signo de salvación y no de perdición, en este caso, pero que significará la muerte en cruz para Jesús.
Dios te salve, oh María, llena eres de gracia, el Señor es contigo,
bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte. ¡Amén!
(Contribución de Vito Pongolini)