+39 0669887260 | info@wucwo.org | Contacto
Veronese, Paolo Caliari llamado el (Verona 1528 - Venecia 1588), Cristo y la samaritana, alrededor de 1585, óleo sobre lienzo, 143,5 x 288,3 cm, Viena, Kunsthistorisches Museum
Mes de noviembre.
Mujeres del Nuevo Testamento: la samaritana.
Era necesario que él pasara a través de Samaría. Llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?». Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve». La mujer le contesta: «No tengo marido». Jesús le dice: «Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad». La mujer le dice: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén». Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad». La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo». (Jn, 4, 4-26)
Paolo Veronese en relación al relato Evangélico ha imaginado que el pozo de Jacob no se encontrase cerca de la ciudad, sino en plena naturaleza, como atestigua el hermoso paisaje en el que vemos a los dos protagonistas de la historia: a la izquierda Jesús, que está sentado, y a la derecha la samaritana que acaba de llegar con su cubo para llenarlo en el pozo.
Al fondo vemos algunas figuras -¿los discípulos? ¿otros samaritanos? - que, no obstante, no interfieren en absoluto en lo que sucede en primer plano.
Los protagonistas absolutos, decíamos, son Jesús y una mujer, y además, una mujer de Samaría. Si observamos con atención la escena en primer plano, advertiremos ante todo una profunda diferencia en la forma de posicionarse el uno ante el otro (y viceversa). Jesús está sentado, está descansando, mira a la mujer y se dirige a ella, incluso a través del gesto de su mano izquierda, para pedirle de beber. La mujer está concentrada en su trabajo: ha venido al pozo a sacar agua y no comprende que un judío le dirija la palabra; no es grosera, pero parece reservada, tal vez porque teme, si respondiese, hacer algo impropio de sí misma y de su pueblo.
De este modo, el cuadro parece reportarnos al momento en que Jesús ha pedido de beber a la mujer, pero ésta aún no le ha respondido. Poco después comienza el diálogo que conocemos y que podemos leer al principio de esta página. Las dos figuras están frente a frente pero aún no han entrado en relación. Y es precisamente la gran dignidad que se otorga a la mujer -única interlocutora del Maestro- lo que nos impacta y fascina. Incluso la belleza de su vestimenta y la precisión con la que se representan ciertos detalles (la estudiada presencia de un velo anudado entre sus hermosos cabellos rizados, los flecos de lo que aparentemente es un chal amarillo adamascado) parecen indicar que la mujer es realmente la protagonista de la escena.
El pintor parece haber redimido el papel subordinado que las mujeres en general -pero también la samaritana en este caso- tenían en la época de Jesús, incluso -con algunas excepciones- en la¡os tiempos del mismo Veronés.
Ambos, Jesús y la samaritana, colocan su pie izquierdo en el borde del pozo, como si quisiera significar que ambos están en la tradición de los Patriarcas. La genealogía de Jesús encuentra a Jacob en el tercer lugar (cf. Mt 1,2), mientras que el relato del pueblo samaritano se remonta precisamente a los Patriarcas, afirmando ser el verdadero pueblo elegido por haberse librado de la contaminación de la deportación a Babilonia.
La enemistad entre israelitas y samaritanos -que se desprende de las palabras de asombro de la mujer por el hecho de que Jesús se dirigiera a ella- queda así superada por el hecho de que ambos se encuentran en torno al mismo pozo, del que sacan agua para saciar su sed. Y el hecho de que fuese precisamente una mujer la que sobrepasase este límite, hace aún más extraordinario y excepcional el hermoso diálogo que, partiendo de la pregunta de Jesús, se desarrolla entre ambos.
(Contribución de Vito Pongolini)