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Peter Paul Rubens (Siegen 1577 - Amberes 1640), El triunfo de la Verdad, 1622-25, óleo sobre lienzo, 394 x 160 cm, París, Museo del Louvre
Las Virtudes: La Verdad.
Este cuadro es el último de los 24 que Rubens pintó para decorar la galería occidental situada en el primer piso del Palacio de Luxemburgo, construido en esos mismos años por María de Médicis, reina de Francia y esposa del rey Enrique IV, que quiso convertirlo en su residencia.
Esta enorme empresa pictórica narra aún a día de hoy, casi como si se tratara de una novela gráfica moderna, la vida de María de Médicis, desde su nacimiento en Florencia el 26 de abril de 1573 hasta el 15 de diciembre de 1621, cuando se produjo la reconciliación de la reina madre María con su hijo Luis XIII. Este hecho fue tan importante para María que como conclusión de todo el ciclo se le pidió a Rubens que reafirmara alegóricamente el mismo concepto.
Si observamos de cerca el cuadro, nos damos cuenta inmediatamente de los dos planos sobre los que está construido.
En la parte superior, casi como si se tratara de una escena de otro mundo, observamos los retratos de la reina María y de su hijo, el rey Luis. Se miran serenos y casi sonrientes y sostienen una corona de laurel en cuyo interior no podemos dejar de percibir un corazón ardiente de amor.
En la parte inferior aparecen dos figuras alegóricas, una masculina y otra femenina. Son el Tiempo (en la iconografía clásica representado como un anciano con alas, para manifestar su paso lento e inexorable) y finalmente la Verdad, que es levantada por la fuerza del hombre y se convierte así en la protagonista absoluta del cuadro. Está desnuda, porque la Verdad no necesita ceñirse con nada, resplandece por sí misma. Y la blancura de su tez refleja toda la luz que reverbera sobre el cuadro. Ni siquiera su mirada denota miedo, porque es consciente de que el Tiempo le dará la razón y será ella, con su hermosa cabellera rubia anudada y ondeante, quien diga la palabra definitiva sobre el rey Luis y la reina María: las maliciosas inferencias que querían un enfrentamiento entre ambos ya no tienen razón de ser, porque la Verdad nos dice precisamente que madre e hijo se han reconciliado y viven en amor y concordia.
Parece casi como si el movimiento ascendente desencadenado por el Tiempo que eleva a la Verdad se transmitiera a la parte superior del cuadro. Y la Verdad, de este modo, es la protagonista del cuadro, capaz de superar el límite del Tiempo y capaz de superar incluso a quienes, entre nosotros, los humanos, son considerados personajes en la cúspide del poder, de la fuerza, de la riqueza.
El Amor y la Verdad se encontrarán,la Justicia y la Paz se abrazarán;la Verdad brotará de la tierray la Justicia mirará desde el cielo. (Salmo 85, 11-12)
Los que confían en él comprenderán la verdad y los que le son fieles permanecerán junto a él en el amor. Porque la gracia y la misericordia son para sus elegidos. (Sabiduría 3,9)
Vuélvanse a mí, y serán salvados, todos los confines de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay otro. Lo he jurado por mí mismo, de mi boca ha salido la justicia (verdad), una palabra irrevocable: Ante mí se doblará toda rodilla, toda lengua jurará por mí (Isaías 45, 22-23)
Ahora yo, Nabucodonosor, glorifico, exalto y celebro al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdad y sus caminos son justicia. Y él tiene poder para humillar a los que caminan con arrogancia. (Daniel 4, 34)
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo (Juan 1, 14-17)
No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. (Juan 17, 15-19)
En él también vosotros, después de haber escuchado la palabra de la verdad el evangelio de vuestra salvación, creyendo en él habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido (Efésios 1, 13)
(Contribución de Vito Pongolini)