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Arte y meditación - enero 2025

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Louise-Élisabeth Vigée-Le Brun (París 1755 - 1842), Madame Vigée-Le Brun y su hija, Jeanne-Lucie-Louise, llamada Julie, 1789, óleo sobre tabla, 130 x 94 cm, París, Museo del Louvre 

Los signos de esperanza: generar nuevos hijos e hijas 

En los primeros meses de este nuevo año, nos dejamos acompañar por el espíritu jubilar que toda la Iglesia se propone vivir. Lo hacemos con un sesgo particular: tenemos la intención de proponer para la reflexión y la contemplación algunas figuras de mujeres que encarnan, en las representaciones realizadas por artistas de distintas épocas y lugares, lo que el Papa Francisco ha llamado -en la bula de proclamación del Jubileo- «signos de esperanza».

Se podrían haber hecho innumerables elecciones para ilustrar el deseo de transmitir la vida. Hemos elegido un hermoso cuadro de una famosa pintora francesa, que se vio obligado a exiliarse a causa de la Revolución de 1789, habiendo trabajado hasta entonces en la corte de Luis XVI. También elegimos a una pintora porque dar a luz es una acción eminentemente femenina y nos pareció que en el plasmar pictóricamente el tema de la maternidad podía aportar algo extra con respecto a cualquier pintor masculino. Y elegimos un autorretrato porque la capacidad de plasmar a través del arte un tema tan importante y vital sea aún más evidente y directa.

Pienso, que aquello que más nos llama la atención es la espontaneidad que impregna el cuadro. Las ropas de la pintora y de su hija son muy sencillas, sus miradas se dirigen ambas hacia nosotros, los espectadores, como para mostrarnos el gran afecto que une a madre e hija. La pose de las dos protagonistas parece inspirada en conocidas «majestades»: la madre de hecho, se encuentra sentada, pero no de frente, aunque la ligera torsión del tronco haga que nos dé la impresión de que en cambio lo esté.

Lo que más representa sin embargo la alegría de la maternidad es el doble abrazo que presenta la escena. El primero es el de la niña que con sus brazos rodea el cuello de su madre, dando la impresión de sentirse segura en los brazos de su mamá. Y de hecho, el segundo abrazo, el de la madre, rodea completamente el cuerpo de la hijita, induciendo al espectador a pensar por una parte en la protección, pero por otra también en el deseo de subrayar de ese modo el instinto maternal.

Ciertamente, un cuadro de este tipo pone de relieve la intimidad del tema, la profundidad del vínculo que existe entre madre e hija, la alegría que supone engendrar hijos y experimentar la maternidad a medida que crecen. Es realmente un gesto de esperanza que también encontramos expresado a través de la pintura, capaz como cualquier arte de transmitir sentimientos, estados de ánimo, sensaciones, deseos.

Mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás. Sin embargo, debemos constatar con tristeza que en muchas situaciones falta esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de transmitir la vida. A causa de los ritmos frenéticos de la vida, de los temores ante el futuro, de la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas, de modelos sociales cuya agenda está dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones, se asiste en varios países a una preocupante disminución de la natalidad. Por el contrario, en otros contextos, «culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas». [5]

La apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables es el proyecto que el Creador ha inscrito en el corazón y en el cuerpo de los hombres y las mujeres, una misión que el Señor confía a los esposos y a su amor. Es urgente que, además del compromiso legislativo de los estados, haya un apoyo convencido por parte de las comunidades creyentes y de la comunidad civil tanto en su conjunto como en cada uno de sus miembros, porque el deseo de los jóvenes de engendrar nuevos hijos e hijas, como fruto de la fecundidad de su amor, da una perspectiva de futuro a toda sociedad y es un motivo de esperanza: porque depende de la esperanza y produce esperanza.  

La comunidad cristiana, por tanto, no se puede quedar atrás en su apoyo a la necesidad de una alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica, y que trabaje por un porvenir que se caracterice por la sonrisa de muchos niños y niñas que vendrán a llenar las tantas cunas vacías que ya hay en numerosas partes del mundo. Pero todos, en realidad, necesitamos recuperar la alegría de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), no puede conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y dejándose satisfacer solamente por realidades materiales. Eso nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes.

(Francesco, Bula de convocación del Jubileo 2025 Spes non confundit 9)

 (Contribución de Vito Pongolini)