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Piero della Francesca (Borgo San Sepolcro, hacia 1420 – 1492), El bautismo de Cristo, hacia 1445, temple sobre tabla, 167 cm x 116 cm, National Gallery, Londres
La representación de la escena evangélica es muy especial, porque no quiere relatar el evento en su realidad, sino más bien en la riqueza de sus significados.
El protagonista absoluto es Jesús, en el centro de la pintura, que en una actitud meditativa va a ser bautizado por Juan el Bautista. La solemnidad de la escena queda subrayada por la presencia del Espíritu Santo en forma de paloma y de los tres ángeles a la izquierda, que asisten serenamente al evento.
Bello es el paisaje, que se asemeja a las colinas alrededor de Arezzo, donde el pintor creció y pasó toda su vida. La referencia al río Jordán es casi simbólica, ya que el agua que se vislumbra detrás de Jesús es más un pequeño charco que un verdadero río. Sin embargo, la claridad del agua es importante, porque en ella se reflejan las preciosas prendas orientales de algunas personas que aparentemente no tienen nada que ver con la escena evangélica.
Esta es probablemente una referencia al Concilio de Florencia de 1439, que marcó - aunque sólo sea por pocos años - la nueva paz y unidad entre la Iglesia de Oriente, representada justamente por las tres figuras en la parte inferior derecha, y la Iglesia de Occidente. El hecho es plausible, porque el cuadro fue encargado por los monjes camaldulenses de Borgo San Sepolcro, quizás requerido por el abad fallecido Ambrogio Traversari, que había efectivamente participado al Concilio.
Impresionante es la intensidad de la luz de esta pintura, que parece repercutir en el cuerpo de Cristo y en el cuerpo del penitente a la derecha que se está desnudando. Esto agudiza la visión tanto de los árboles que aparecen en primer plano como de los que hay al fondo.
A pesar de la estricta construcción geométrica de la pintura y de la perfección alcanzada en cada detalle (bastaría con observar el cuidado con el que están representadas algunas flores y hierbas en el primer plano), el cuadro emana una fuerte religiosidad, evidenciando la presencia de lo sagrado.
En el silencio absoluto nos parece oír la voz del Padre: "Este es mi Hijo amado, en él me complazco" (Mt 3,17).