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ARTE Y MEDITACIÓN - AGOSTO 2017

Gerard David

 Gerard David (Ouwater, 1450-60  – Brujas, 1523), Las bodas de Caná, 1523, óleo, cm 100 x 128, Paris, Museo del Louvre

El cuadro del pintor flamenco es muy rico desde el punto de vista iconográfico. Podemos ver muchos personajes en esta fiel reproducción del episodio evangélico (cf Jn 2, 1-11). La escena presenta diversos planos.

Observamos en primer lugar a los dos lados, en la parte inferior, a los donantes, es decir, las personas que encargaron la obra: el rico comerciante castellano, asentado en Brujas por negocios, Juan Sedano – representado de rodillas a izquierda, su hijo detrás de él - y su esposa María, que está arrodillada en el lado derecho.

Es probable que el comerciante haya encargado el trabajo con motivo de su ingreso en la Cofradía de la Preciosísima Sangre, cuyo emblema - una corona de espinas plateada y salpicada de gotas de sangre – aparece bordada en la capa del hombre.

Pero observemos ahora la escena central. María,- los esposos están sentados a su izquierda-, acaba de ordenar a los criados que hagan lo que Jesús les dice; Jesús ha pedido a los sirvientes que llenen las tinajas con agua. Es precisamente lo que están haciendo los sirvientes, que están ante la mesa con las tinajas. El milagro está a punto de suceder. Todo está como suspendido: las miradas y los rostros reflejan preocupación y temor. Ninguno de ellos sabe aún el desenlace.

La única persona vuelta hacia Jesús es María, su madre, que invita a los servidores a confiar en Jesús, y que, de alguna manera, provoca el milagro en sí. Y como nos recuerda el evangelista Juan, "Jesús comenzó sus milagros en Caná de Galilea, y manifestó su Gloria y sus discípulos creyeron en él" (v. 11).

Si nos fijamos en la riqueza de la sala en la que se festeja  la boda y en la belleza de los edificios que se pueden ver en la plaza que se abre a la izquierda, nos damos cuenta de que el maestro ha ambientado la escena evangélica de la boda de Caná en la Brujas de  la primera mitad del siglo XV. Él también se representa en el cuadro, como para que de algún modo entendamos que cada uno de nosotros, los espectadores, hemos de hacer nuestro lo que sucedió en Cana y dejarnos interpelar por el milagro.