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ARTE Y MEDITACIÓN - JULIO 2018

Beato Angelico

Fra Angélico (Vicchio, alrededor 1395 – Roma, 1455), Noli me tangere, 1440/41 (cm 180x146), fresco, Florencia, Museo de San Marco

Es un jardín, el lugar donde lo han enterrado. Hay flores, plantas que inclinan sus ramas hacia el cielo, está delimitado por una valla y, a la izquierda, se abre la nueva tumba. En el centro están los dos personajes que son los protagonistas de la escena. Observémoslos. Mejor, contemplémoslos.

 

Jesús, a la derecha, tiene una azada en el hombro: ¡y María lo había confundido con el jardinero! Sus pies están cruzados, ¡casi parece marcar un paso de baile! Y María, sobre su rodilla derecha, envuelta en su hermoso vestido rojo, lo reconoce y quiere abrazar sus pies. Pero el Resucitado le confía la tarea de anunciar a los discípulos, todavía asustados en el Cenáculo, que ¡Jesús está vivo, que ella lo ha visto y reconocido!

Siguiendo la narración evangélica, este encuentro entre Jesús y María es el primero después de la Resurrección, decisivo no sólo para María, sino para todo el pequeño grupo apostólico y en consecuencia para toda la Iglesia que nacerá, crecerá y se desarrollará más tarde a partir de su predicación. Y no sólo eso, también es decisivo para toda la historia de la salvación. ¿Cómo no darse cuenta de que el esplendor del jardín nos recuerda a otro jardín, a aquel "paraíso" en el que Adán fue colocado después de su creación? Y la azada que Jesús lleva sobre su hombro casi parece estar venciendo la maldición que cayó sobre el primer hombre, después del pecado, cuando fue expulsado "del jardín del Edén, para trabajar la tierra de donde había sido tomado" (Gn 3, 23).

A partir de este momento comienza el tiempo de la Iglesia, el tiempo del Evangelio, el tiempo del feliz anuncio de que Jesús resucitó de entre los muertos. Y María Magdalena, atrapada inmóvil frente a tanta gracia, correrá poco después, para contar, casi sin aliento, lo que ha visto. Y nada, ¡pero nada en absoluto, puede ser igual que antes!