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Una reflexión de parte de nuestra Presidente General para la página oficial de Fratelli Tutti.
Mi país de origen es Argentina. Una nación marcada por el enfrentamiento social en distintos momentos de su historia; por la división en dos grandes facciones antagónicas causada por motivos políticos, ideológicos, económicos, etc. También ahora seguimos haciéndonos daño unos a otros a causa de una terrible “brecha”. Sin embargo, desde las entrañas de su pueblo, el Señor llamó a uno de los suyos, el cardenal Bergoglio, para que timoneara, como Pedro, la barca de la Iglesia en medio de la tormenta global del Coronavirus y de una “tercera guerra mundial en etapas”. La encíclica Fratelli tutti nace de su experiencia pastoral.
Quien padece una enfermedad y la supera, en muchos casos suele generar los anticuerpos necesarios para enfrentar otros episodios similares. Análogamente, en base a la experiencia del Papa Francisco, el Espíritu Santo le inspiró Fratelli tutti. Quienes pudimos compartir con él algunos momentos inolvidables, en la Conferencia Episcopal, cuando la encabezaba como Presidente, conocemos la amistad que entabló con líderes locales de otros credos, como el rabino Abraham Skorka y el dirigente musulmán Omar Abboud. Prueba de ello es la foto del abrazo entre el Papa y sus dos amigos, en su viaje a Tierra Santa, en el 2014.
Bergoglio solía pasar las fiestas más importantes del año litúrgico con estos amigos, hablando de todos los temas, de corazón a corazón. Y sucedió que un mismo año murieron el suegro del rabino y un hermano del cardenal. Los amigos se acompañaron y dialogaron en profundidad sobre la muerte. Así surgió el libro que juntos escribieron, Sobre el cielo y la tierra. Este “perfume” de amistad social se percibía en diversos sectores de la Conferencia Episcopal y nos impulsó, como Comisión Nacional de Justicia y Paz, a trabajar en conjunto con líderes de diez tradiciones religiosas diferentes en el proyecto de ley de Educación Nacional que se debatió por aquella época.
Narro estos hechos, porque me resultan significativos a fin de dejar en evidencia cuán inductivo es el método que se refleja en el magisterio del Santo Padre. Es cierto que, en medio de las sombras en que estamos inmersos, el faro de Fratelli tutti, que nos indica la meta de la fraternidad humana y de la amistad social, nos puede parecer un sueño inalcanzable. Pero si partimos desde la realidad de cada uno, de abajo hacia arriba, probaremos que, este gran tesoro de la encíclica -con el que toda la humanidad puede contar en este trágico 2020- es un proyecto realizable.
Sin dejar de lado la atención a lo global y por lo tanto la fraternidad/sororidad humana como causa final, quisiera centrar mi reflexión en la amistad social que, como cordialidad local, es inseparable de la dimensión universal y constituye su legítima levadura. Sería falsa la apertura a lo universal si no la construimos a partir de alimentar el fuego de nuestros hogares, de la tierra patria, de los diversos pueblos y de las diferentes regiones culturales del mundo. El mejor modo de evitar caer en un nominalismo declaracionista es iniciar procesos que generen bienes relacionales en el propio entorno.
La amistad social es el bien relacional por excelencia, desde el punto de vista sociológico. Los bienes relacionales son intangibles. Consisten en relaciones y generan relaciones caracterizadas por la replicabilidad, la eticidad y la comunionalidad. Son relaciones en las que se trata de dar para que el otro también pueda dar, mediante una reacción acorde que puede no ser idéntica a lo recibido. En esta dinámica, aparecen respuestas de parte del otro polo de la relación, que replican el valor compartido y que pueden incluso acaecer distantes en el tiempo y beneficiar a otros sujetos diferentes.
Los bienes relacionales están basados en el reconocimiento recíproco de la igual dignidad de aquel que es distinto. Por eso, facilitan el hacerse cargo del bien del otro. No se consumen cuando se usufructúan, sino que se incrementan. Son relaciones que potencian a quienes se relacionan, en su integridad como seres humanos. La amistad social es valiosa porque denota valores éticos sociales como la confianza, la fidelidad, la corresponsabilidad, la cooperación y porque contribuye al cuidado de los sujetos relacionados, teniendo como objetivo el bien integral de la comunidad y del ambiente natural de referencia.
La amistad social exige y promueve una participación cívica propia de un estilo de vida diferente al que, muchos de nosotros, estamos acostumbrados. Es el resultado de compartir un patrimonio de bienes y valores y de evitar que alguien quede afuera. Este estilo de vida es el núcleo de una cultura del encuentro. La “imagen” tomada desde un dron sería la de una zona del planeta con cantidad de redes de encuentros en los que cada persona es reconocida con su propio rostro, sin dejar a nadie aislado. En este contexto cada persona se liga responsablemente a esta vinculación comunional, colaborando -desde su perspectiva y con sus recursos- al fomento de la paz y la justicia.
¿Utopía? No, si seguimos la estrategia trazada por el Papa Francisco en Fratelli tutti. Un requisito clave es el diálogo “persistente y corajudo”, abierto a la verdad, entre generaciones y miembros de un pueblo, que conduce hacia la cultura del encuentro en un país. Por ello, creo conveniente proponer un examen de conciencia sobre las acciones requeridas para un diálogo de esta naturaleza, sobre nuestra capacidad de acercarnos, mirarnos, escucharnos, tratar de comprendernos, buscar puntos de contacto, a fin de poder conjugar con honestidad el verbo: dialogar.
Pero no es fácil usar sólo la brújula del diálogo abierto y respetuoso, cancelando el hábito de enjuiciar y descalificar al adversario, en particular cuando la convicción del otro no coincide con la propia. No podemos ser ingenuos. Necesitamos ser concretos y contar con las intrigas y conflictos, manteniendo el apego a las verdades fundamentales y el consejo evangélico: “orad por los que os persiguen” (Mt 5, 44).
Asumamos, con la gracia de Dios, el desafío de nuestra conversión -hoy “conversión ecológica integral”-, para ofrecer un testimonio coherente en procesos de diálogo fecundo. Superemos las barreras del individualismo y de la indiferencia. Desde el propio lugar y misión particular, encaremos un nuevo estilo de vida que suscite la amistad social. Mujeres y hombres, somos todos corresponsables, del presente y del futuro inmediato de la humanidad.
¡Gracias, Papa Francisco, por Fratelli tutti!