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Mensaje del Asistente Eclesiástico para Pascua

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Queridas hermanas. La Pascua no es un punto de llegada, sino un punto de partida. Me conmueve y produce reverencia contemplar a las mujeres que en la mañana de Pascua se acercaron al sepulcro sin dejar que nada ni nadie les detuviera y aun sabiendo que nunca podrían mover la piedra. Me pregunto ¿qué fuerza, pasión, confianza les animaba? La que fuera, sin duda provocó que el Señor Resucitado se les hiciera el encontradizo y les confiara la noticia que ellas corrieron a anunciar: "¡El Maestro vive!"(Lc 24,24).

Cuando nos adentramos en la experiencia de Dios y su misterio, la mujer ha sido siempre un sujeto privilegiado. No sólo en María. Esas primeras testigos de la Pascua, contra toda determinación social o religiosa de esa época, fueron varias mujeres. Según el evangelio de Mateo, eran dos mujeres: María Magdalena y la otra María; según el de Lucas, eran muchas: María Magdalena, Juana, María la madre de Santiago y las otras mujeres; según Marcos, eran tres mujeres: María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé; mientras Juan solo menciona a María Magdalena. El Encuentro con Jesús significa para ellas un reconocimiento de sus personas “fuera de la casa”, como buscadoras, escuchantes, itinerantes, valientes, en comunidad de iguales, en definitiva, discípulas. Y por esto es el mismo Jesús quien confirma la importancia de la mujer en el anuncio del Evangelio, y no lo hace diciéndoles a Pedro o Juan que cuenten con ellas, sino que elige aparecerse primero a ellas. De hecho, desde ese encuentro de Jesús con ellas supieron que eran enviadas en primera persona a compartir el mensaje de la Resurrección. Sólo a través de este encargo confiado a las mujeres, el anuncio pascual se convierte en un verdadero anuncio de alegría para los discípulos, asustados y consternados por la muerte de Jesús.

Este encuentro, personal y profundo, de esas mujeres con el Dios vivo les concedió un protagonismo único en la misión de la Iglesia naciente. A través de ellas Jesús llama nuevamente a sus discípulos a construir comunidad y hacerlo desde la fe. Muchas veces, muchas mujeres se acercan a infinidad de situaciones y personas a quienes los demás "daban por muertas" con los perfumes de la fe y la confianza, provocando resurrecciones. Son la consciencia de la fragilidad y la desproporción de lo que tenemos entre manos los cristianos, las que conjugadas con una lucidez graciosa no permite que el amor se marchite ni el fuego de la confianza se apague: las mujeres pascuales están aferradas a la fuerza de Dios que hace brotar la Vida de la muerte.

También ustedes, mujeres UMOFC, están llamadas, en este tiempo de la humanidad, a ser mujeres que anuncian la Resurrección y despiertan al resto de la Iglesia al bien, al amor, a la fraternidad, a la esperanza, a la belleza, a la paz, a la fe. Mujeres capaces de involucrarse en las instancias más diversas de la Iglesia y la sociedad, para discernir y atreverse a generar los cambios que sean necesarios para no corromper ni desvirtuar el osado mensaje de la fraternidad y paz que el Resucitado les ha confiado.

Dentro de un par de meses nos encontraremos en nuestra Asamblea mundial “Mujeres de la UMOFC, artesanas de fraternidad humana por la paz mundial”. Y qué mejor será comenzarlo con ese maravilloso encuentro que tendremos con nuestro Pastor Francisco, quien tanto las quiere y quien ha afirmado que “no hay salvación sin la mujer”. La Pascua no es, pues, un punto de llegada, sino un punto de partida… Dondequiera que estés en tu vida, empieza a buscar al Resucitado que te ama y cuenta contigo; no te canses, no dudes, no dejes enfriar el corazón… ¿Qué esperas? Todas ustedes, mujeres de la UMOFC, todas, están llamadas a anunciar al Resucitado. Es lo que ocurrió con todas esas mujeres cuando al amanecer del Nuevo día, se encuentran con Jesús y reciben el mandado de ir a contar que Él ha Resucitado. Y ellas corren.  Haz tu lo mismo.  Les deseo una Feliz Pascua de Resurrección.

P. Marcelo Gidi S.J.

Asistente Eclesiástico