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MENSAJE MENSUAL AGOSTO 2018

Rafqa

En el Oficio de Lecturas propuesto para celebrar la Asunción de Nuestra Señora, encontramos un pasaje tomado de la carta a los Efesios (1,16 - 2,10) en la cual San Pablo declara que Dios "nos resucitó con él y nos dio un lugar con él en el cielo, en Cristo Jesús" (2,6). Esto puede suceder debido a la inmensa misericordia, el perdón de nuestro Creador. El mismo perdón que Jesús mostró a la mujer en la casa de Simón (Lc 7,48).

 

El Papa Francisco, en Amoris Laetitia, comentando el Himno al Amor, sugiere el perdón para la vida concreta de la familia. Hoy podemos ver que el conflicto, la oposición y la violencia crecen cada vez más en todos los niveles. Nosotros, como mujeres de la UMOFC que queremos ser sembradoras de esperanza, no podemos aceptarlo.

 Sabemos que “esto supone la experiencia de ser perdonados por Dios, justificados gratuitamente y no por nuestros méritos. Fuimos alcanzados por un amor previo a toda obra nuestra, que siempre da una nueva oportunidad, promueve y estimula. Si aceptamos que el amor de Dios es incondicional, que el cariño del Padre no se debe comprar ni pagar, entonces podremos amar más allá de todo, perdonar a los demás aun cuando hayan sido injustos con nosotros. De otro modo, nuestra vida en familia dejará de ser un lugar de comprensión, acompañamiento y estímulo, y será un espacio de permanente tensión o de mutuo castigo.” (AL 108).

“A los que están heridos por divisiones históricas, les resulta difícil aceptar que los exhortemos al perdón y la reconciliación, ya que interpretan que ignoramos su dolor, o que pretendemos hacerles perder la memoria y los ideales. Pero si ven el testimonio de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas, eso es siempre una luz que atrae.” (EG 100)  

Para nosotras, es un hermoso desafío el dar nuestra contribución para que las comunidades se reconcilien y sean fraternas. Para esto, primero tenemos que perdonarnos a nosotras mismos, aceptar nos como somos, de hecho “sabemos que para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos. Tantas veces nuestros errores, o la mirada crítica de las personas que amamos, nos han llevado a perder el cariño hacia nosotros mismos. Eso hace que terminemos guardándonos de los otros, escapando del afecto, llenándonos de temores en las relaciones interpersonales. Entonces, poder culpar a otros se convierte en un falso alivio. Hace falta orar con la propia historia, aceptarse a sí mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e incluso perdonarse, para poder tener esa misma actitud con los demás.” (AL 107)

Otras lecturas

Amoris Laetitia 105 - 108

Evangelii Gaudium 97, 100,

Gaudete et Exsultate 80 – 82

Testimonio

St Rafqa Pietra Choboq Ar-Rayès (Líbano)

Rafqa nació en Himlaya, una de las aldeas de Northern Metn (Líbano), el 29 de junio de 1832.

Ella era la única hija de Mourad Saber el-Choboq el Rayess y Rafqa Gemayel.

El 7 de julio de 1832 fue bautizada y se llamaba Boutroussieh. Sus padres le enseñaron el amor de Dios y la práctica de la oración diaria. A los siete años, sufrió su primera gran pérdida con la muerte de su madre.

En 1843, su padre tuvo dificultades financieras y la envió a trabajar durante cuatro años en la casa de Assaad Badawi. Rafqa se convirtió en una joven bella, agradable y divertida, pura y tierna con una voz serena.

En 1841, ella regresó a su casa y encontró que su padre se había vuelto a casar. Su nueva esposa quería que Rafqa se casara con su hermano. El conflicto se desarrolló cuando su tía trató de arreglar un matrimonio entre su hijo y Rafqa.

En ese momento, Rafqa se sintió atraída por la vida religiosa. Ella le pidió a Dios que la ayudara a lograr su deseo y partió hacia el convento de Nuestra Señora de la Liberación en Bikfaya, acompañada por dos muchachas a quienes encontró en el camino.

Después de un año de postulantado, Rafqa recibió el hábito de su congregación en la fiesta de San José, el 19 de marzo de 1861. Un año después, pronunció sus primeros votos.

La nueva monja, junto con su hermana Mary Gemayel, fue asignada para trabajar en el seminario dirigido por los jesuitas en Ghazir. Entre los seminaristas se encontraban Elias Houwayek y Boutros el-Zoghbi, que luego se convertirían en Partriarca y Arzobispo, respectivamente.

Rafqa estaba a cargo del servicio de cocina. En su tiempo libre estudió árabe, caligrafía y matemáticas y también ayudó a educar a las niñas que aspiran a unirse a su congregación.

En 1860 Rafqa fue enviado a Deir el-Kamar para enseñar catecismo. Allí fue testigo de los sangrientos enfrentamientos que ocurrieron en el Líbano durante este período. En una ocasión, arriesgó su propia vida escondiendo a un niño debajo de su túnica y salvándolo de la muerte.

Ella pasó los siguientes 26 años en el monasterio de San Simón. En su observación de la regla, su devoción a la oración y el silencio, en su vida de sacrificio y austeridad, fue un modelo a seguir para las otras monjas.

El primer domingo de octubre de 1885, ingresó a la iglesia del monasterio y comenzó a orar, pidiéndole a Jesús que le permitiera experimentar parte del sufrimiento que sufrió durante su pasión. Su oración fue respondida inmediatamente. Dolores insoportables comenzaron en su cabeza y ojos.

Su superior insistió en que se sometiera a tratamiento médico. Después de que todos los intentos locales de curarla habían fallado, la enviaron a Beirut para recibir tratamiento. Al pasar por la iglesia de San Juan Marcos en Byblos, sus compañeras se enteraron de que un médico estadounidense viajaba por la zona. Contactado, aceptó realizar una cirugía en el ojo afectado. St. Rafqa rechazó la anestesia. En el transcurso de la cirugía, su ojo se despegó por completo. En poco tiempo, la enfermedad golpeó el ojo izquierdo.

Durante los siguientes 12 años, ella continuó experimentando dolor intenso en su cabeza. A lo largo de este período, como antes, permaneció paciente y sin quejas, orando en acción de gracias por el regalo de compartir el sufrimiento de Jesús.

 En 1899, perdió la vista en su ojo izquierdo. Con esto comenzó una nueva etapa de su sufrimiento, intensificada por la dislocación de su clavícula y su cadera y pierna derechas. Sus vértebras eran visibles a través de su piel.

Su rostro se salvó y permaneció brillante hasta el final. Sus manos permanecieron intactas; y ella los usó para tejer calcetines y hacer ropa. Ella le agradeció a Dios por el uso de sus manos y también le agradeció por permitirle participar en el sufrimiento de su Hijo.

Preparándose para la muerte, llamó a la Madre de Dios y a San José. Finalmente, el 23 de marzo de 1914, después de una vida de oración y servicio, y años de dolor insoportable, descansó en paz. Fue enterrada en el cementerio del monasterio.

El Papa Juan Pablo II la declaró: Venerable el 11 de febrero de 1982; fue beatificada el 17 de noviembre de 1985; fue presentada como modelo a seguir en la adoración de la Eucaristía durante el Año Jubilar 2000.

Oración (de Anita Trichet)

Mujer de Samaria, cuya historia transcendió los tiempos,

sabías lo que era subir al pozo

y bajar a la ciudad, sin derramar el agua fresca y pura de la montaña bíblica,

custodiaste este agua, precioso don del cielo.

Entonces, un día, al borde del pozo de Sicar, el Señor te habló ...

Hoy el Señor todavía nos espera en el pozo de nuestros encuentros ...

Podemos sacar de él el agua de la amistad, el agua de la verdad, el agua de la esperanza, el agua de la paz.

En el desierto de la rutina y de la soledad,

tienes sed de darnos de beber…

En el desierto del sufrimiento y de la indiferencia,

tienes sed de darnos de beber…

En el desierto del fracaso y de la división,

tienes sed de darnos de beber…

En nuestros pozos, Señor

¿aún tenemos la frescura del agua viva?

En mi corazón, Señor

¿aún hay sed de agua viva?

En pleno sol del mediodía de los días ardientes

vienes a sentarte al borde del pozo para hablarnos

y te conviertes en una fuente para todos, para cada una de nosotras ...

Tú, el don de Dios ...

Bendito seas, Señor, por el agua viva de tu amor que nos hace vivir.

Gracias Señor por este manantial de agua que ilumina la vida de nuestras hermanas y hermanos que descubrimos en el pozo de los encuentros de la vida.

Gracias por hacernos caminar juntas hacia el oasis de la paz,

por abrevarnos en la fuente de tu agua viva.

Amén