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Agnolo di Cosimo, conocido como Bronzino (Monticelli, Italia 1503 – Florencia, Italia 1572), Sagrada Familia con Santa Ana y el infante San Juan, hacia 1540, óleo sobre tabla de álamo, 126,8 cm x 101,5 cm, Viena, Kunsthistorisches Museum.
Noviembre.
Este mes contemplamos un cuadro de la época de la madurez de Bronzino, que se convirtió en uno de los pintores favoritos de los Médici, la familia que gobernaba Florencia. El hecho de que el pintor fuera entonces famoso lo demuestra también el hecho de que el cuadro está firmado: en la piedra bajo el pie izquierdo de Jesús se lee BROZINO FIORETINO.
Lo primero que notamos es la presencia de dos personajes adicionales, además de la representación tradicional de la Sagrada Familia: en primer plano, el pequeño Juan Bautista (está sentado sobre un pellejo y cerca de su mano izquierda notamos tanto una pequeña cruz con la cartela “Ecce agnus Dei” como un cuenco que recuerda el bautismo) y, en segundo plano a la izquierda, Santa Ana. Si la presencia del primero es fácil de imaginar (San Juan Bautista es el patrón de Florencia), es menos conocido que Santa Ana también fue elegida patrona de la ciudad de Florencia en 1343, y que los propios Médici la eligieron como patrona de su familia a principios del siglo XVI. Todo ello nos lleva a pensar que el cuadro fue realizado para la devoción privada de algún miembro de la familia Médici, los señores de Florencia.
También son particulares e interesantes las miradas que los personajes se intercambian. Jesús es el único que nos mira a los espectadores, teniendo en la mano un pajarito con el que quizá haya estado jugando; pero ahora su mirada se dirige a cada uno de nosotros y parece pedirnos que le miremos, porque él es nuestro Salvador. Y, en efecto, la mirada de todos los personajes del cuadro se dirige hacia él: la de María, que parece un poco preocupada; la de Juan, que va acompañada de un gesto de ofrecimiento e indicación; las de Ana y José, que comparten una velada sonrisa de satisfacción. Todos lo miran, porque todos -de diferentes maneras- han esperado y anhelado a este niño, cuya existencia resultó ser muy especial desde su concepción. Y así, Jesús -que en el cuadro no está en el centro de la composición, ocupado en cambio por María con su hermoso vestido rojo iridiscente y el fino velo con el que cubre su cabello- se convierte en el punto focal hacia el que convergen todas las líneas.
Si nos fijamos en la técnica pictórica, vemos que Bronzino utilizó colores básicamente fríos y contornos muy definidos. Esta elección podría ser una señal de la disputa que animaba el mundo del arte a mediados del siglo XVI: si era superior la pintura o la escultura. Bronzino parece decirnos que la pintura es superior, porque es capaz de hacer que las figuras representadas en las dos dimensiones de un cuadro parezcan estatuas tridimensionales.
El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La sombra del Padre, noveló la vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en aquello que Moisés recuerda a Israel: «En el desierto, donde viste cómo el Señor, tu Dios, te cuidaba como un padre cuida a su hijo durante todo el camino» (Dt 1,31). Así José ejercitó la paternidad durante toda su vida.
Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él.
Papa Francisco, carta apostólica Patris Corde 7, 8 de diciembre 2020
(Contribución de Vito Pongolini)